Desconozco los resultados de ayer cuando escribo, pero me atrevo a escrutar consecuencias posibles. Para centrarnos, lo que se está convirtiendo en un ejercicio cada vez más difícil, diré que este artículo es una sospecha que encierra también un deseo pero que, sobre todo, guarda una preocupación profunda.

Sospecho que la primera vuelta francesa nos proporcionará en dos semanas un combate muy polarizado, pero más viable, para los que miramos a Le Pen sin disfrazarla de exagerada patriota, sino como lo que es: Marine Le Pen es una peligrosa ultraderechista que pone en jaque no sÓlo a la V República sino a toda la Europa democrática. Por eso, como pasan dos, confío en que la alternativa a Le Pen concite todos los apoyos sensatos posibles en segunda vuelta. Contengo la respiración porque si Le Pen, tras el último atentado en París de los sanguinarios terroristas del Daesh-ISIS, ha conseguido barrer en primera, es mejor dejar de leer aquí: todo estaría prácticamente perdido.

Deseo que esa alternativa sea Macron. Enmanuel Macron no es nuevo, ha sido ministro con Hollande pero, desde luego, no es una referencia más del estrépito que ha dirigido al centro derecha y al centro izquierda francés en la última década. Macron ha soportado bien los ataques sobre su supuesta bisoñez y, más aún, sobre su cacareada indefinición ideológica. En mi opinión, no es cierta tal indefinición. Lo que ocurre es que, con mayor frecuencia, empieza a haber candidatos que pueden concitar el apoyo de una enorme masa centrista, escorada hacia la izquierda en lo social y hacia la derecha en lo económico, que representa una forma pragmática de ver la cosa pública. Si a la carga ideológica de las variantes que deciden el voto de la mayoría central de los países occidentales la tildamos como indefinida, no estamos entendiendo el verdadero cambio político. Ojalá Macron pase primero y, sobre todo, ojalá Macron asuma el acervo republicano en segunda vuelta porque, por normalidad y moderación, parece el único que puede desterrar la mala sombra del Frente Nacional.

Mi preocupación reside en que la torpeza de la derecha y la izquierda que conocemos las borre del mapa. Fillon y Hamon han pretendido ser una oferta reconocible de esa posición pero han importado los esquemas radicales de sus extremos. El elector no elige la copia, prefiere lo original. Y en éstas, sobre Hamon, gana Mélenchon. Supongamos que pasa él con Le Pen: susto o muerte. Pero, ocurra lo que ocurra, inquieta que casi un 50% de los electores quiera liquidar la República, porque los dos extremos proponen su defunción.

Así que, ya hoy, con todo jugado, veremos las cartas. Si hay oportunidad, deberemos agarrarnos a ella como clavo ardiendo. Si no la hay, no griten fuego: ya estaremos quemados.

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