Fobias y chocolatinas

Identificar lo femenino con lo histérico es tan burdo y tan obvio que hasta el más simple de los machistas debería ofenderse

En un programa de radio estos días dedican un espacio a las fobias. Genial e inagotable, porque cada uno de nosotros tiene una o dos o muchas y mutables. A veces está en el podio el horror a las hormigas, otras a los del "como yo digo" y casi siempre esos defectos que sólo perdonamos si hemos sido nosotros los pecadores: tirar colillas al suelo, hablar alto por el móvil delante de terceros, dar con el dedito en el brazo ajeno. Y alguna otra cosa que de manía pasa a intolerancia de las que hay que vigilarse. Detesto a los que llaman "de color" a los de piel oscura. Hay eufemismos que esconden intolerancia disfrazada de buen rollo paternalista, que es una manera refinada de sentirse superior.

Alentada por la radio (gracias Pedro Blanco) hice una lista mental de aquello que no soporto: me salió larguísima e inconfesable tal la de amantes de la rubia de Sexo en Nueva York. Mi pelotón de intransigencias le da dos vueltas a la muralla china. Y en ese ranking la hipersexualización -perdonen el palabro- supone todo un reto para la capacidad de tolerancia en la que me entreno con furia. Y no debo ser siquiera original porque las conductas extremas siempre provocan adhesiones inquebrantables o rechazos airadísimos. De ahí, de esa reacción inmediata y rápida, vive alguna publicidad y hasta algunos discursos políticos. El revuelo que acaba de montar una firma de chocolatinas con un anuncio -emitido, bronqueado y retirado casi en cuestión de horas- es un magnífico ejemplo. Invocar aquello que detestamos para provocar reacciones de las que inmediatamente nos avergonzamos. Qué lástima de inteligencia dedicada a vender calorías y grasas gorrinas. Un producto que debe estar en la lista negra de todos los dietistas usando un material tan sensible (¿tinta de calamar para que no se hable de su composición?) como los estereotipos de género. Si comes la Cosa pasas de cursi insoportable (los diminutivos en cadena son detestables, los diga Agamenón o su porquero) a hetero-aburrido con barriga cervecera. No es el único spot de esta guisa que ha hecho la marca, hay más, pero en el último, para mayor provocación, ha usado de protagonista a un presuntamente famoso influencer (auxilio: la palabra, el oficio y el personaje en cuestión sacarían de sus casillas a Job el Santo Zen) que, tras su ingesta muta en "señor normal". Divino. Identificar lo femenino con lo histérico. Es tan burdo y tan obvio que, a poco que lo piense, hasta el más simple de los machistas debería ofenderse. Es prácticamente una invitación a hacerse feminista. A ver si va a ser eso.

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