¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Fin del trabajo

La crisis del empleo no afectará sólo a personas de baja cualificación sino también a profesionales de alto nivel

Fue el economista norteamericano Jeremy Rifkin el primero en anunciar el fenómeno en un libro El fin del trabajo. La tesis de Rifkin es que la aplicación de las nuevas tecnologías producirá un alto desempleo estructural que no se podrá disolver con las fórmulas clásicas del capitalismo industrial. No es, como algunos argumentan, un problema exclusivo de las personas con un mayor déficit de formación y escasas habilidades tecnológicas, sino que también afectará -ya está afectando- a profesionales de un alto nivel. La robótica, la informática y las estructuras horizontales van a eliminar progresivamente los cuadros intermedios y sólo habrá altos directivos (muy pocos) y un masa gris de empleados básicos, también muy reducida comparada con la de los momentos estelares del empleo durante la segunda mitad del siglo XX . El resto se tendrá que dedicar a dar de comer a las palomas, labor barata e hipnótica.

Esto lo predijo Rifkin en 1995, cuando aún nos vendían internet como una utopía liberadora. "Serán grandes autopistas de información libre, un paso enorme en la emancipación del hombre" -nos decían- y nosotros soñábamos con la felicidad mientras seguíamos tecleando en nuestros viejos y cabezones PC. Ahora, sin embargo, el Shangri-La de la tecnología se ha convertido en una ciudad miseria con más cloacas que parques. Ludismo de garrafa, dirán algunos; complejo de capitán Swing, argumentarán otros, pero lo cierto es que el alto paro que se nos está vendiendo como una consecuencia de la Gran Recesión de 2008 empieza a parecerse cada vez más a un final de época.

Aunque no es falso que, como no para de repetirnos el Gobierno, el paro está bajando en España, también lo es que, como insiste la oposición, la precariedad del empleo creado es llamativa. Es, por decirlo de alguna manera, un no-empleo. Adiós a la seguridad, a la nómina mensual, a las vacaciones pagadas, etc. Hay gente que, trabajando toda una jornada, no gana ni para mantener a su familia. Para eso mejor las palomas. Lo trágico es que la solución no está en manos de ningún gobierno. Como bien supieron los cartistas, oponerse al desarrollo tecnológico es como intentar nadar en un tsunami.

En su libro, Rifkin propone algunas soluciones, pero -lamentamos decirlo- son francamente decepcionantes: repartir el trabajo, lo que aumentaría el precariado; una renta básica universal, cuya financiación no se sabe muy bien de dónde saldría; el aumento de la economía social, que dejaría todo en manos de la buena voluntad… Deshacer este nudo debe ser el gran reto de la ciencia económica en las próximas décadas.

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