La feijoada es un estofado de habichuelas y cerdo. Su base en una sopa espesa. En Portugal dicen que, entre la sopa y el amor, mejor elegir lo primero. Me gusta la feijoada, pero discrepo.

Interesado en la política, pero hastiado de esta bazofia politiquera que se nos ofrece, como tantos, he visto la destrucción de la dirección del PP de Casado (sí, hombre, aquel muchacho que se dejó barba para parecer mayor) y la nueva esperanza galáctica que, con la fe del converso, en tres noches toledanas, aupó a Feijóo. Hay que ser muy fan del PP para no advertir el destrozo. No es mi caso, obviamente. Sin restar gravedad a la caída de los chiquilicuatres (Esperanza, la de verdad, dixit), ni reconocer reflejos en el ascenso renacido de este hombre, uno advertía fácilmente en él dos notas interesantes y muy ausentes en el panorama: cierta moderación (una querencia por la centralidad política, denostada en la práctica) y cierta garantía de certidumbre de lo anterior (varias mayorías en su territorio sin dependencias, por tanto, de compañeros incómodos). Cabía suponerle, como a cualquier dirigente longevo, un punto de pragmatismo funambulista, pero, también, la voluntad política de ser dique frente a la exageración, el extremismo y la lluvia fina (a veces diluvio) de chorrada genuina de una política cortoplacista torpe, condensada en un tuit, entre otras cosas, porque con esos ingredientes construyó sus triunfos gallegos, su sopa espesa, su feijoada original. Vox en Castilla-León, vía muñeco, es la primera carta de presentación que firma, aun sin poner su nombre, y lo lastra, vía Adriana, pero, también, vía láctea inmensa de ciudadanos tristemente prescindibles.

Que Vox es extremo es una obviedad, tanto como puede serlo el Podemos del pope Iglesias por el otro lado. Yo no sé exactamente si la condición de unos y otros los ubica en la extrema derecha o en la extrema izquierda, porque, al pisar moqueta, se desdibujan, mucho más ocupados en su ración de sopa que en cocinarla. Desde mi punto de vista, solo deberían ser extremadamente innecesarios. El centro político, más como fórmula que como ideología, está descartado lamentablemente. Si la izquierda gobierna, se apoya en una muleta radical. Si lo hace la derecha, en la otra. El ciudadano medio (elector central del país, socialmente progresista, económicamente liberal, esencialmente moderado) está obligado a votar por descarte; a elegir la sopa, en lugar del amor, si es que alguna vez hubo.

El principio de Peter le permite (a Peter) pactar con el diablo, si es preciso, y es justo eso lo que enerva al atónito y perplejo ciudadano huérfano de ilusiones, pero, si quien se perfila alternativa, al principio, ya transa balbuciendo, se confunde. Ganar el centro es vencer por bueno; lo otro, solo llegar por menos malo. Y, a pesar de la sopa caliente, no se gana el centro escarbando a la derecha. Por mucho frío que tengas. Igual te quema.

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