Fariseísmo

La hipocresía moral ha mudado en nuestro tiempo descreído del ámbito de la religión al de la política

Quizá fuera en el prólogo de Julio Gómez de la Serna a la edición en piel de las Obras completas de Oscar Wilde, tal vez el volumen que hemos comprado y vendido más veces de todos los que andan o no andan por casa, donde supimos de la voz inglesa cant, palabra del léxico literario que designa un peculiar tipo de hipocresía -el origen griego de este último término, asociado al fingimiento de las máscaras en el teatro, es también visible en la más usada hypocrisy- que no parece desde luego exclusivo de los británicos. En sus diferentes ediciones, de cuero marrón o encarnado, con los cantos ornados o exentos, en papel biblia u otros menos selectos, el libro formó parte de aquella elegante serie de la vieja Aguilar para la que trabajaron, como nuestro Cansinos Assens, tantos otros traductores a destajo, durante la inhóspita posguerra en la que muchos de los profesores e intelectuales que no se marcharon de España fueron desposeídos de sus puestos docentes o de su merecido lugar en la vida literaria, conforme a un procedimiento silencioso pero implacable y también hipócrita, pues el callado ostracismo de los elementos desafectos -una delicada manera de referirse a los leales- permitía afirmar a los figurones del régimen que tales hombres o mujeres, que también las hubo, no habían sido represaliados, cuando de hecho se habían convertido en proscritos. Gracias a la generosidad de Yolanda Morató, que nos envía pertinentes precisiones al respecto, entendemos que el término -definido por uno de los diccionarios anglosajones de referencia como "uso insincero de palabras piadosas"- se aplica sobre todo al ámbito moral, en particular a los creyentes que pecan como todo el mundo pero presumen de convicciones de cara a la galería. Fueron esas terribles buenas gentes las que, en aplicación del nefando delito de sodomía, condenaron a trabajos forzados al autor de La verdad de las máscaras. O las que entre nosotros, durante la etapa más dura del franquismo, marginaban a las pobres muchachas, a veces hijas o viudas de presos, que se veían obligadas a prostituirse para salir adelante, aunque los respetables maridos -y algún cura rijoso- las visitaran discretamente a la hora del rosario. Siguiendo una deriva que admite otros ejemplos, el fariseísmo ha mudado en nuestro tiempo descreído del ámbito de la religión al de la política, donde al contrario que antaño es la izquierda neopuritana la que ofrece ejemplos más espectaculares de esa doble vida -no otro fue el tema de fondo de toda la obra de Wilde- que lleva a los progresistas de postín, tan entrañables y bien pagados, a defender una cosa y practicar la contraria.

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