Europa , Europa

Uno mira a Merkel, a Hollande o a nuestro Rajoy y se le cae el alma a los pies al ver su perfil de funcionarios sitiados

Europa, en el nuevo y naciente contexto internacional, va asumiendo el papel de viejo amigo al que ya nadie llama ni whasapea y que comienza a esquinarse. El colega que molaba de joven y tenía su éxito y su ambiente pero que, con los años, se puso la corbata, comenzó a hablar con palabras gastadas y convirtió el dinero en monotema. Europa perdió vigor y espíritu, engordó y se puso ropajes de carca, mientras sus clásicos aliados, tras pasar una etapa similar de desencanto, optaron por otros caminos. Gran Bretaña sola en principio y ahora también Estados Unidos, que, con el triunfo del Brexit y el armagedón del trumpazo, parecen querer volver a los tiempos del imaginario abuelo John para que el roast beff vuelva a saber a roast beff y las barbacue ribs a barbacue ribs. No es que ambos sean pasado, pues nadie vivo hoy puede ser pasado estricto, pero sí que escenifican la nostalgia de un tiempo imaginario: qué verde era mi valle y qué hermoso mi hogar cuando volvía del tajo y me encontraba a Maggie haciendo bizcocho en la cocina y a los niños haciendo las tareas en la robusta mesa del salón. Rancia melancolía que, aunque tenga un trasfondo mucho más complejo, se adivina peligrosísima como cualquier melancolía que se tornase, como es el caso, en relato político. Porque la política, en democracia y fuera de ella, necesita de un relato potente, de espíritu, y en Europa el relato hace tiempo que se volvió plomizo memorándum de factoría de lavadoras o tornillos. Lo curioso sin embargo es que, en los orígenes prehistóricos de la UE, sí que hubo relato enérgico como no podía ser de otro modo y no fue sólo el sonido prosaico de las monedas que hoy suenan sino un intento apasionante de unificar un territorio manchado durante siglos por la sangre de las guerras y atronado por el ruido de las cañones. A ese relato, a su trasfondo humanista, habría que volver para regenerarlo en busca de una unión espiritual, política y cultural europea, pero uno mira a Merkel, a Hollande o a nuestro Rajoy y se le cae el alma a los pies al ver su triste perfil de funcionarios sitiados por el empuje de otros relatos nostálgicos o utópicos. Europa mira así al precipicio y cada vez escucha más cerca el rumor que mejor conoce: el viejo temblor de la desunión y el aroma nunca desvanecido de la pólvora.

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