Confabulario
Manuel Gregorio González
Lo mollar
Palabra en el tiempo
MIENTRAS en el País Vasco Paxti López prepara su Gobierno e Ibarretxe el suyo (dos gobiernos, dos lehendakaris, dos Euskadis) conviene examinar los asuntos propios. Por ejemplo, la hipoteca. Los hipotecados solemos mirar nuestra hipoteca con la misma mezcla de cariñoso desdén con que se atiende a un animal de compañía al que la edad hubiera vuelto intempestivo y caprichoso. O incluso como a un hijo postizo nacido de un acto de voluntad blando y complaciente ("diré cómo nacísteis, placeres prohibidos. Como nace un deseo sobre torres de espanto").
En cualquier caso, ya le concedamos naturaleza humana o animal, la hipoteca tiene siempre, sobre todo en los malos tiempos, cuando hay que economizar con el cuidado con que un equilibrista se mueve por la cuerda floja, la consideración de carga familiar o, como se solía decir de los parientes gandules e improductivos, como una boca a la que alimentar. Una boca insaciable, sin tronco ni extremidades, un agujero masticatorio que exige impávido y silencioso la ración mensual de forraje.
Pues bien, en apariencia nuestra hipoteca anda ahora amistosa, pero con esa amistad excesivamente pacífica que precede al fin del mundo. Ayer el Euríbor bajó del 2%, en concreto se situó en el 1,993%, que es un porcentaje raro, sordamente amenazador. Los que rechazan las participaciones de lotería porque los números son "feos" comprenderán lo que digo. A partir de hoy, si el Banco Central Europeo aprueba otra reducción de los tipos de interés, seguirá bajando.
¿Hasta dónde? Quién sabe, pero lo que podía ser un motivo de alegría para los entrampados es una punzante y misteriosa incertidumbre. En estas confusas circunstancias hasta las rebajas son amenazadoras. Por ejemplo, el miedo a la deflación ha cultivado un tipo perverso de nostalgia inflacionista. La lectura del esclarecedor artículo ¿Pueden ser los tipos negativos?, publicado en estas páginas el lunes por José M. Domínguez Martínez, me produjo una inquietud semejante a la de un cuento de Lovecraft, un malestar indefinido e incorpóreo como la febrícula y el dolor articular que precede a un resfriado. El grado de cero del interés debe ser algo así como una hipoteca antes de estallar.
Pero a grandes problemas, enormes remedios. Leo en El Mundo que la mayoría de los préstamos tienen una cláusula invisible que establece un suelo en el interés (fijado en el dos y pico) al margen de cuánto baje el Euríbor. ¡Una auténtica patraña de los bancos! Una patraña que, sin embargo, actúa en estos tiempos procelosos como una garantía del ahogo conocido frente al estrangulamiento por conocer.
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