Ética y tauromaquia

A veces apena comprobar cómo el mundo del taurinismo no se preocupa por renovar sus viejos argumentos

El toreo a pie cuenta con tres siglos de historia. En esos años, en los ruedos se han experimentado tantas emociones que algunos extranjeros llegaron a decir que los españoles sólo vivían para asistir entusiasmados a sus corridas de toros. Incluso Ortega y Gasset escribió, en pleno siglo XX, que ningún espectáculo había hecho más felices a un mayor número de españoles. En esos tres siglos, los lidiadores depuraron la técnica de sus faenas hasta adaptarlas a la sensibilidad de una sociedad urbana. Igualmente, ganaderos en búsqueda de prestigio han seleccionado sus reses hasta llegar a equilibrar los criterios de bravura, estampa y trapío. Debido a la conjunción de estos factores, surgió un espectáculo que mantiene un añejo sabor de belleza y tragedia. Ceremonias y ritos, de origen agrario, han pervivido gracias al funcionamiento de un negocio administrado con modernos métodos empresariales. Además, como consecuencia de las vivas impresiones causadas en el público por las corridas de toros, el mundo de la cultura encontró motivos para plasmarlas en sus obras. Ya en los años en que se inicia el toreo a pie, Goya y Moratín, padre, abrieron cauces para que grabado, pintura y poesía se adentrasen por las entrañas del toreo. Una tendencia que ha perdurado. Lo que fueron testimonios taurinos han acabado transformados en valiosas obras de arte. También, paralelamente al propio desarrollo de la tauromaquia, surgieron sus detractores. Pero, por fortuna, al mismo tiempo, aparecieron defensores y apologistas. Sus libros y reflexiones ofrecieron un cuerpo de ideas y argumentos fundamentales para contrarrestar las ofensivas ideológicas de las prohibiciones.

Ahora, en una situación en la que las corridas de toros vuelven a tener tantos frentes abiertos, conviene recordar, por una parte, que las obras artísticas y literarias que al calor de la fiesta se han producido constituyen un tesoro utilizable para reconfortar la nostalgia de una afición escéptica y decaída. Y, por otra, que la brillante saga de apologistas de la fiesta no ha desaparecido, todo lo contrario. Basta comprobar la reedición del valioso libro de Fernando Savater, Tauroética. Nueva edición incorregible y aumentada (aparecida en Ariel, con once textos nuevos). A veces apena comprobar cómo el mundo del taurinismo (el más interesado en salvaguardar la corrida, porque es su negocio) no se preocupa por renovar sus viejos argumentos. Pero existen reflexiones más actuales y combativas. Para comprobarlo, debe leerse este palpitante breviario de toros y ética que, como filósofo y aficionado, ha escrito Savater.

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