Estrella amarilla

El tratamiento que se empieza a dar a la gente que se opone a vacunarse es realmente espeluznante

Hace unas semanas, al ir a pasar la revisión de la ITV, entré con la mascarilla a medio bajar en la sala donde se tramitan las gestiones. Como sabrán todos los que llevan gafas -yo las llevo desde niño-, la mascarilla y las gafas se suelen llevar bastante mal. Al poco tiempo de ponerte la mascarilla, los lentes se te empañan y no ves casi nada y es muy fácil que te choques contra una farola o te tropieces con un adoquín en mal estado. Pero vivimos en tiempos de sospecha y desconfianza y temor. Y siempre hay alguien que nos ve, si nos quitamos un segundo la mascarilla, como peligrosos portadores de una infección letal que diezmará la población del planeta. Y fue por eso -supongo- que la mujer de la ITV me hizo los impetuosos gestos amenazadores cuando me vio entrar en el local con la mascarilla medio caída. Si yo hubiera sido un leproso, los acusatorios gestos de alarma de aquella mujer no habrían sido muy distintos.

Ahora acabo de leer que hay gente que pide que todas las personas no vacunadas que lleguen a una UCI sean tratadas sin miramientos. Y en vez de ser tratadas y curadas, a esas personas que ponen en peligro la salud de los demás se les debe aplicar ni más ni menos que la eutanasia: un simple tratamiento de cuidados paliativos y a morirse en paz. Conviene señalar que las personas que defienden esta clase de barbarie son cultas y prósperas y educadas. Pero se atreven a decir -y están hablando en serio- que a las personas que se niegan a vacunarse hay que tratarlas como si fueran ratas que sólo se merecen una muerte indolora que las quite de en medio cuanto antes mejor.

Mi padre, que vivió la guerra de niño y tuvo que sufrir la larga y afrentosa posguerra, me decía que bastaba vivir los suficientes años para que cualquiera de nosotros pudiera conocer de frente las cosas que jamás se habría imaginado llegar a conocer. Y en estas estamos. Estoy vacunado -tres veces- y estoy a favor de todas las vacunas -hasta tuve que vacunarme contra la fiebre amarilla para viajar a África-, pero el tratamiento que se empieza a dar a la gente que se opone a vacunarse es realmente espeluznante. Poco falta para que se les empiece a exigir que se pongan una aguja amarilla en la solapa si quieren salir a la calle, igual que la ignominiosa estrella amarilla de los judíos en la Europa ocupada por los nazis. Vienen malos tiempos. Muy malos, créanme.

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