Esperanzas socialistas

Posiblemente el aparato del partido triturará y devorará cualquier propuesta que se salga de lo establecido

La maquinaria electiva de los partidos responde a mecanismos difíciles de captar para alguien ajeno a su funcionamiento orgánico. Con la ingenuidad que suele acompañar a una mirada exterior y desinteresada, muchos españoles cuando oyeron hablar y actuar a Javier Fernández, en su breve tránsito por la Ejecutiva socialista, sufrieron una pequeña conmoción: por fin, alguien en la política ofrecía una imagen de confianza, transmitiendo unas convicciones que parecía dispuesto a mantener y cumplir. Era el milagro de un político creíble. Es decir, un bien escaso, y como tal duró bien poco. Pero a tenor de lo que ha venido después, es lógico que muchos lo añoren, aunque los habitantes de su rincón asturiano le hayan agradecido que no los abandonase. Ahora, en estos días, puede estar repitiéndose un fenómeno similar. Durante años, el antiguo ministro socialista y presidente del Parlamento Europeo, Josep Borrell, ha realizado una callada labor que ha supuesto, con su docena de libros, el mayor golpe y el mejor "ajuste de cuentas" que ha recibido la charlatanería de los separatistas catalanes. Sus muchas intervenciones, incluidas las dos realizadas en las dos últimas manifestaciones, han puesto al descubierto, con sutil maestría y sin los habituales titubeos del PSC, los engaños económicos y políticos del independentismo. Pero, sobre todo, vuelve a reaparecer la rara imagen de un político que reflexiona y escribe, con convicción; alguien que ha preferido apoyar sus palabras con datos, cifras, para combatir al adversario con fundamentos claros y justificados. En un mundo, además, como el del socialismo catalán que lleva más de veinte años desnortado, imprevisible, sumiso ante el nacionalismo, y despertando todo tipo de desconfianzas.

Puede que se trate de nuevo de un simple espejismo, una esperanza blanca que se disolverá. Posiblemente, como en la situación anterior de Fernández, el aparato del partido, bien encastillado, triturará y devorará cualquier propuesta que se salga del rutinario mecanismo establecido. Como mucho, le ofrecerán algún cargo ornamental. Pero aunque no se espere ya nada, agrada y estimula que, de tarde en tarde, reaparezca en el Partido Socialista alguien que hable sin repetir consignas, que escriba para acallar con razones a los nacionalistas, y que nombre a España con naturalidad. Aporta así de nuevo una imagen intelectual y europea que el socialismo catalán, entretenido con los líos de las banderas de sus ayuntamientos, parecía, por desgracia, haber completamente perdido.

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