Él es Espartaco

Un hombre que supo defender la libertad humana en los difíciles años del hielo y del plomo

Kirk Douglas, el actor del hoyuelo legendario y la mirada cabrona, a ratos irónica y a ratos envenenada, alcanzó ayer los gloriosos cien años convertido en un anciano muy anciano pero sonriente, en oposición a la mala leche que dicen que tenía en sus años mozos. Dignidad pura el tipo, el hijo de un emigrante ruso, de un trapero humilde y analfabeto, que se comió Hollywood por los pies y que, al contrario que muchos otros, no cayó en las delaciones de la caza de brujas de McCarthy contra los comunistas sino que la combatió como pudo. De aquel momento histórico nació precisamente una de sus más célebres películas, Espartaco, la primera cinta de adultos que yo vi entera en la tele en mi vida, con unos ocho años y que tan impresionado me dejó entonces como me deja hoy. Porque Espartaco no es un peli de romanos cualquiera, un peplum como tantos, sino que es un enérgico canto a la libertad en el que se defiende la conciencia personal y se lanzan dentelladas contra el sectarismo. No en vano el guion lo escribió el proscrito Walter Trumbo, escritor fabuloso que sufrió en sus carnes como pocos la ira de McCarthy y sus colaboradores, entre ellos el terrible picapleitos Roy Cohn, mentor años después del magnate y hoy presidente electo de los Estados Unidos Donald Trump. De entonces hasta hoy tal problema, el del sectarismo y su crueldad, no ha cambiado mucho, y visos hay de que la cosa puede ir a peor cuando se aprecia que viejas víctimas ideológicas de este mal también lo utilizan hoy con ufana y visionaria alegría y que populistas peligrosos como el propio Trump se manejan con gusto en la inmoral criminalización de colectivos. Por eso, hoy que cumple cien años, me parece importante recordar al Douglas actor, el de películas fabulosas como Senderos de gloria, Los Vikingos o Cautivos del mal, pero sin dejar a un lado al simple humano que le sigue echando dos narices a la vida y que supo defender la libertad de los hombres incluso en los difíciles años del hielo y el plomo. "Yo soy Espartaco", era el grito legendario de los valientes esclavos en la película homónima, y aún hoy, centenario, puede Kirk Douglas pronunciarlo con la dignidad de quien supo estar en su sitio cuando otros se hundían en el fango de lo miserable. Él es Espartaco.

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