En Dos Torres, en el Norte de la provincia, los vecinos celebraron este fin de semana la fiesta de la Candelaria, una tradición en la que se mezclan el fuego, el folclore y la fe. Allí, en su remozada plaza de la Villa, una de las más hermosas que existen en la provincia, encendieron una fenomenal candela con enormes troncos de encina que prendieron mientras sonaba por todo el recinto La danza ritual del fuego de El amor brujo, de Manuel de Falla, una de las grandes piezas de la música española. Alrededor se instalaron numerosos mercadillos de artesanía, alguna tasca y hasta pequeños establos. No fue Dos Torres sin embargo el único pueblo cordobés que celebró la Candelaria, pero el cuidado con el que allí se celebró esta fiesta sí que sirve de ejemplo del mimo que le ponen a sus cosas los municipios de la España rural incluso en años difíciles. Porque la crisis les ha golpeado duro y lo que se ha vivido en ellos ha sido una emigración sangrante, como las que ya se vivieron en el Franquismo y que a estas alturas casi nadie esperaba. Tampoco le ayuda a esta España interior y rural el olvido a la que le someten las administraciones, ni la triste dependencia de sus líderes políticos, casi siempre maniatados y mendicantes, ni el desprestigio casposo o la simplificación cateta y buenista que suelen cundir en el mundo urbano cuando sus gentes se acercan a lo rural. Todo eso está ahí sin embargo y los pueblos de España, liderados a estas alturas por gente joven y formada, ya saben bien que están solos: que contra el despoblamiento y la incomprensión sólo pueden luchar esmerándose en la gestión y en la defensa de lo propio, y eso a sabiendas de que ni siquiera haciéndolo todo bien está garantizada su supervivencia en una España donde las periferias desde hace siglos florecen mientras el interior declina. O sea, que quizá la muerte de muchísimos pueblos sea inevitable, pero no deben de ser ellos quienes lo digan sino el tiempo. A los municipios, como hace la admirable villa de Dos Torres, lo que les corresponde es luchar con dignidad por su cultura y su mañana, sin caer en el nostálgico relato de la boina, el azadón y la aldea pero sin dejar atrás tampoco sus esencias mientras se afrontan los necesarios procesos de modernización económica, social y tecnológica. En el equilibrio. en la mesura, está la virtud y ahí debe luchar un mundo rural e interior sin el que España, que nadie lo dude, sería incomprensible, insostenible y muchísimo más pobre y triste.

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