España rota

España nunca ha sido un país compacto. Ni siquiera durante las dictaduras ha habido unidad en la idea de nación

Nuestra capacidad de asombro no encuentra límites a la vista de los acontecimientos que estamos viviendo los españoles en los últimos tiempos. No es por el desenlace porque, como decía el viejo chiste del cartujo que hablaba dos palabras al año, se veía venir, sino porque el espectáculo al que asistimos supera todas las previsiones que los observadores más pesimistas podrían imaginar.

España nunca ha sido un país compacto. Ni siquiera durante las dictaduras ha habido una unidad en la idea de nación. No es de ahora. Hace años que al viajar por la península se tiene la sensación de estar atravesando países diferentes. Señalizaciones de tráfico, el idioma utilizado como barrera y no como patrimonio de todos, privilegios de unas comunidades frente a otras (derechos forales, impuesto de sucesiones), manipulaciones de la historia en beneficio de intereses particulares y partidistas, falta de solidaridad de las regiones más ricas con las menos desarrolladas.

Hace años que no se ve una bandera española en ciertas regiones del país y en las que se enarbolan se identifican con la derecha más reaccionaria. La insignia nacional, a pesar de ser de origen naval y datar del reinado de Carlos III, no parece representar y unir a todos como sería deseable. No me imagino a un afiliado a ciertos partidos o sindicatos luciendo una bandera constitucional en su muñeca o en el balcón de su casa, de la misma forma que si otro lo hace, inmediatamente, será tachado de facha y conservador. El himno nacional hace años que es pitado ante las mismas barbas del Rey y el Jefe del Estado no se atreve a aparecer por ciertos lugares y si lo hace es a sabiendas de que va a ser objeto de un espectáculo bochornoso.

Y lo que es peor: nadie ha hecho nada por subsanarlo. Los distintos gobiernos de uno y otro signo han encontrado la forma de mantenerse en el poder aumentando las prebendas de los nacionalistas a cambio de apoyos. Nunca han mirado por su país, sino por disponer de puestos de colocación para situar a individuos afines y mantener estómagos agradecidos. Así una legislatura y otra, un gobierno y otro hasta llegar a esta situación de difícil retorno. No creo que la cosa cambie. Los españolitos asistimos día a día impávidos a un espectáculo que continuamente nos sorprende por incompetente y ridículo. Espero que lo peor no esté por llegar, aunque, la verdad, no me fío ni un pelo.

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