Escurrir el bulto

Cuando se desató la pandemia, lo más sensato hubiera sido adoptar una política de alto el fuego ideológico y llegar a acuerdos con la oposición

Enfrentarse a una pandemia como la del Covid -con sus terribles consecuencias sanitarias y económicas- era una responsabilidad endiablada. Si se optaba por la salud de los ciudadanos, la economía se venía abajo. Y al revés, si se optaba por la estabilidad económica -abriendo locales, hoteles, aeropuertos, fábricas-, la salud de los ciudadanos volvía a estar en peligro. Fuera cual fuese la decisión tomada, alguien iba a salir perjudicado. Gobernase quien gobernase -de derechas o de izquierdas-, las decisiones iban a ser trágicas.

Por eso mismo, cuando se desató la pandemia, lo más sensato hubiera sido adoptar una política de alto el fuego ideológico. Llegar a acuerdos con la oposición. Abandonar el uso tóxico de la propaganda. Adoptar un tono mucho más dialogante. Coordinar unas medidas de gestión que fueran consensuadas por Gobierno y oposición para evitar el uso partidista de los éxitos y de los fracasos en la lucha contra la pandemia. Y esa tarea de proponer un alto el fuego debía ser una iniciativa del presidente del Gobierno, ya que es la persona que tiene el máximo poder y la que está obligada por su cargo a trazar el rumbo de la política. Si luego la oposición se negaba a seguir esa política de alto el fuego, al menos el presidente habría dejado claro cuál era su forma de actuar. El diálogo en vez del enfrentamiento. El consenso en vez de la manipulación partidista de las medidas tomadas contra la pandemia. Y esa habría sido la tarea de un gran líder (o lideresa, claro está): declarar una tregua en medio de una guerra, socorrer a los heridos, asegurar los suministros, enterrar a los muertos.

Evidentemente, Pedro Sánchez no ha hecho nada de esto. Es cierto que la oposición no le ha ayudado nada, pero de un político de primer nivel habría que esperar una iniciativa de este tipo en vez de la férrea altanería de un gallito de colegio. Y ahora mismo, la decisión de escurrir el bulto, descargando la responsabilidad de declarar el estado de alarma en las comunidades autónomas, confirma lo que ya sabíamos. No es un líder. Sólo le interesa el poder. Los ciudadanos le importan muy poco. Y su única habilidad -en ella sí que es un maestro- es el manejo de una propaganda que sólo sirve para engatusar a los muy crédulos o muy desesperados o muy ilusos. Estamos en buenas manos. Podemos estar tranquilos.

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