La Rayuela
Lola Quero
De beatos y ‘non gratos’
Gafas de cerca
El programa Erasmus de movilidad e intercambio de estudiantes y profesores de las universidades de la UE ha hecho más por Europa occidental que Carlomagno y el protoapóstol comunitario Robert Schuman (no el compositor alemán, sino el también bastante alemán pero ministro francés de Exteriores de los años 50, un padre de la poliédrica patria común). Con el amparo de las becas Erasmus, quienes teníamos a Europa como un paraíso lejano de desarrollos sociales y económicos, que todo o más catábamos apenas con un interrail o un transalpino, apreciamos como algo casi milagroso el ir y venir de nuestros jóvenes de hoy, que les permite, no sin apoyos paternos complementarios, una residencia y estudios de cierta duración en Bratislava, Tallin, Heidelberg o Pisa. El programa Erasmus no tiene como primer objetivo el desarrollo académico y curricular, sino la formación de conciencia europea. Un éxito primordial del proyecto europeo que nace en 1957.
Así deben reconocerlo los propios separatistas ingleses y demás liderados por el populista Boris Johnson, cuyo éxito inenarrable en las últimas elecciones nos pone de nuevo de cara que aquello de "una persona, un voto" es un acto de ciega fe democrática y hasta un sapo difícil de tragar intelectualmente. El renovado programa Erasmus Plus (Erasmus+) no es algo ni mucho menos indeseable para el Reino Unido, cuyas universidades, en su mayoría, tienen un nivel de calidad discreto, con las consabidas excepciones de excelencia; Oxford, Cambridge. La transferencia de sus estudiantes medios, su movilidad laboral, se ve seriamente comprometida si el Brexit es con todos sus avíos, incluido Erasmus. Ahí comienza a hacer daño la versión del XXI de la splendid isolation del Imperio Británico -que no es sombra de lo que era- con respecto al continente: el aislamiento de los estudios universitarios es todo menos espléndido. Irlanda del Norte y Escocia no están dispuestos a pegar un tiro en el joven pie de sus universitarios. Los conservadores separatistas brexitianos, en el fondo, tampoco.
Es inmediato conectar este esquema de "me voy con lo bueno, lo malo para ti; para mí los activos, para ti los pasivos", que recuerda al independentismo catalán, que a partir de una historia algo legendaria y hasta mitológica de dolencias y agravios, reclama poder excluyente. No me dejes sin Erasmus, Europa. Como cantaba Chicago en el idioma del imperio, la lingua franca mundial: "Si me dejas ahora sin Erasmus, te llevarás mi verdadero corazón".
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