Enemigos del pueblo

Casi dos años después, el magnate reconvertido en político ha superado las peores expectativas

Casi dos años después de la sorprendente elección que lo llevó a la Presidencia de los Estados Unidos, aupado, según explicaban los analistas, por el descontento de la clase trabajadora blanca respecto de las élites ajenas a sus intereses, el magnate reconvertido en político ha superado las peores expectativas y parece dispuesto, mientras lo dejen, a seguir arrastrando por el fango el prestigio de una nación más dividida que nunca. Aciertan quienes inscriben sus escasas ideas y las de quienes lo apoyan, que siguen siendo muy numerosos, en la órbita de una forma de populismo que no oculta su cercanía a los liderazgos autoritarios y el discurso xenófobo, también por desgracia presentes entre los europeos. No es el primer gobernante occidental que recurre a la demagogia, pero las maneras zafias y retadoras del neoyorquino, un patán orgulloso de serlo, suponen una novedad que resultaría cómica si sus desquiciadas bravatas fueran inocuas. No lo son y a estas alturas puede afirmarse sin exageración que su mandato, más allá del interminable culebrón al que asistimos, con una mezcla de asombro, incredulidad y vergüenza, desde el momento de su investidura, representa un peligro cierto. La historia de la democracia norteamericana, admirable en algunos aspectos y poco ejemplar en otros, no ha estado exenta de zonas y épocas oscuras, pero si hay una institución que ha dado lecciones al mundo, incluso a costa de dañar la imagen del país, esa ha sido la prensa. Es verdad que los medios de comunicación, tanto más en unos tiempos en los que temen no sin motivos por su supervivencia, tienden a autocelebrarse y que no siempre se aplican a sí mismos la crítica que ejercen, porque es su función, sobre los demás poderes, pero su papel en las sociedades libres, desde una u otra trinchera ideológica, sigue siendo imprescindible. No extraña que semejante individuo, siempre en guerra contra los discrepantes, arremeta contra los informadores, pero nadie que tenga memoria puede pasar por alto las connotaciones de la siniestra fórmula "enemigos del pueblo". Los periodistas, los jueces, los rivales o los antiguos colaboradores, cualquiera que cuestione su calamitosa gestión es para este hombre, empeñado en comportarse como el perfecto supervillano, un resentido que se interpone en su misión de devolverle a América la grandeza perdida. De momento, sin embargo, lo único apreciable es que el actual presidente, ojalá que por poco tiempo, lleva camino de alcanzar, como lamentan muchos de sus compatriotas, las más altas cimas de la miseria.

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