Enciclopedia

El esforzado Diderot encarnó como ningún otro contemporáneo el heroico tiempo de las Luces

Defensor de la libertad y de la emancipación del género humano, Voltaire invirtió parte de su fortuna en la trata de esclavos. Siempre al borde del ataque de nervios, el insufrible Rousseau abandonó a sus cinco hijos en una inclusa para evitar que los llantos lo importunaran mientras hilaba sus elevadas reflexiones. Pese a la calidad de su aportación, D'Alembert tuvo un comportamiento calculador, imprudente y desleal en la gran empresa de la Enciclopedia. Es sabido que la vida privada de los philosophes no siempre estuvo a la altura de sus nobles pensamientos, pero entre ellos quizá sea Diderot, sin llegar a la ejemplaridad ni pretenderlo, el que suscite hoy mayores simpatías. Sencillo, hiperactivo, vehemente y tenaz, el hijo del cuchillero no gustaba de las pelucas y por esta razón sus retratos contrastan con los de la mayoría de los personajes ilustres de su siglo, que a menudo tienen un aire involuntariamente cómico. Siempre tuvo a gala pertenecer a un linaje de artesanos, trabajó a destajo y defendió la importancia de los oficios como uno de los puntales del ideal enciclopedista. Una juventud bohemia entregada a la redacción de panfletos libertarios, la amistad y el posterior desencuentro con Rousseau, la admiración distanciada de Voltaire, las batallas compartidas con d'Holbach, Grimm, Jaucourt y otros enciclopedistas, la larga relación con Sophie Volland -de la que sabemos gracias a su maravillosa correspondencia- o el mecenazgo de su protectora la emperatriz Catalina II de Rusia, son algunos de los episodios clave de una vida cuyo mayor logro fue la edición, contra viento y marea, de los 27 tomos de la Enciclopedia, una obra admirable de la que al final de su vida no se mostraba del todo orgulloso, por causa de los errores detectados, lo irregular del contenido y la censura de los libreros. Algunos de los libros de Diderot son sin duda valiosos, pero la impresión general -póstuma, dado que en vida sólo dio a conocer una parte- es que no ha dejado una literatura acorde a la magnitud de su talento. Dotado para el polemismo, fue un pionero de la crítica de arte, un narrador brillante y un pensador audaz, aunque fatalmente disperso. Se contaba entre los hombres más inquietos e inteligentes de su época, pero la autoinhibición derivada del temor a la cárcel le impidió publicar algunos de sus mejores trabajos y lo desalentó a la hora de abordar otros que sabía impublicables. Sólo el exilio le habría permitido escribir en libertad, pero amaba demasiado la vida de París para poner tierra de por medio. A la postre, sin embargo, el esforzado paradojista encarnó como ningún otro contemporáneo el heroico tiempo de las Luces.

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