Hoja de ruta

Ignacio Martínez

Empanada energética

UN amigo mío estuvo hace dos semanas en la Casa Blanca, con la responsable de energía en el gabinete presidencial. Obama coincide con Zapatero en la apuesta por las energías renovables, para bajar las emisiones de CO2. Pero otra parte de la estrategia americana difiere de la española: están a favor de mantener las centrales nucleares, siempre que sean seguras. En Estados Unidos hay ya 41 centrales con permiso para funcionar hasta los 60 años, diez de ellas como Garoña. Obama todavía no se ha pronunciado sobre construir nuevas centrales. Se lo piensan en la Casa Blanca, como en el 10 de Downing Street o en la Cancillería de Berlín.

En La Moncloa ni por asomo piensan en nuevas centrales, sino en cerrar las actuales. Para Garoña se ha decidido una prórroga de cuatro años, no de diez como recomendó el Consejo de Seguridad Nuclear. Parece un acto salomónico, pero es sólo el reflejo de la ausencia de una política energética precisa en este país. Aquí cada cual, incluido el presidente del Gobierno, aplica la doctrina Sinatra al son de a mi manera. Para Zapatero la energía no forma parte de la seguridad nacional, sino del programa electoral socialista, dominado por la imagen de lo verde, lo moderno, lo sostenible, lo renovable.

Pero la realidad es menos maravillosa. España tiene una tasa de autoabastecimiento muy baja, del 20%. La media europea es del 50%, ¡y la andaluza de un 6%! La energía nuclear tiene inconvenientes, pero también ventajas: no provoca emisiones de gases de efecto invernadero como los combustibles fósiles. En esta materia vamos mal. España se comprometió en Kioto a no aumentar más de un 15% sus emisiones de CO2 para 2012, pero ya hemos superado los niveles de 1990 en un 52%. Para mejorar nuestro autoabastecimiento el Gobierno apuesta por las energías las renovables, que son energías desobedientes: producen cuando hace sol, llueve o hay viento. Las nucleares son obedientes, por el contrario, producen todos los días del año, todas las horas del día.

En ocasiones, la apuesta por las energías limpias ha sido torpe. Se lanzaron unas primas desorbitadas para que se construyeran huertos solares. Y unos hábiles inversores van a ingresar primas galácticas, que van a costar al contribuyente 2.000 millones de euros al año, durante 25 años: 50.000 millones de euros, para producir un 2/3% de la electricidad que se consume en España. Esta borrachera de dinero no ha beneficiado a la tecnología española, ni al I+D+i nacional. Los paneles instalados se han traído principalmente de China y el primer fabricante español, la empresa malagueña Isofotón, está en la ruina.

Para 2020, las renovables pueden generar el 40% de la electricidad que necesitemos. Hay que decidir si el otro 60 producirá CO2 o no. Urge un debate nacional que nos saque de la empanada energética.

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