La Rayuela
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El estreno del documental de Mark Cousins sobre Hitchcock (véase la crítica en este diario) es una buena ocasión para hacer el elogio de ese gran olvidado (si no despreciado) por los historiadores y los críticos: el público que amó las películas de Hitchcock mucho antes que ellos las descubrieran. Primero en Francia, donde Chabrol y Rohmer escribieron en 1957 el primer libro dedicado a él –¡cuando ya había dirigido 45 películas!– para demostrar que quien era tenido por un artesano del cine comercial era “uno de los más grandes inventores de formas de toda la historia del cine”. Hasta 1963 no se escribió el primer libro americano sobre Hitch, el de Peter Bogdanovich. Y solo al final de la larga carrera del maestro, en 1968, Andrew Sarris lo incluyó entre los grandes maestros en su influyente The American Cinema, sentenciando: “Hitchcock es el técnico supremo del cine estadounidense... Su reputación ha sufrido porque le ha dado al público más placer del que es permisible para el cine serio. Nadie tan entretenido podría parecer profundo para esos puritanos intelectuales”.
El público, en cambio, siempre amó sus películas, convirtiéndolo en uno de los pocos directores capaces de atraerlos a una sala cuando solo las estrellas lo hacían. Que la gente común y corriente sin mayores conocimientos de cine acertara mientras la crítica se equivocaba dejó en evidencia una de las mayores cegueras críticas de la historia. No hay demagogia en este comentario. Como los críticos, el público puede acertar y equivocarse. Pero por sus conocimientos el error del crítico es más grave. Sobre todo, cuando a “esos puritanos intelectuales” les guían los prejuicios que consideran incompatibles lo comercial, el placer y el entrenamiento con el “cine serio”.
Cuando Joseph Conrad publicó Azar, su única novela que tuvo éxito de ventas, le llovieron las críticas. Contestó en el prólogo de una de sus reediciones: “Había logrado complacer a un cierto número de personas muy ocupadas en resolver sus propios y muy reales asuntos… Lo que siempre me ha causado más temor es desplazarme insensiblemente hacia la posición del escritor que escribe para un círculo reducido [dada] mi firme creencia en la solidaridad de la humanidad toda, en lo que a las emociones sinceras se refiere… Sería un desafuero indecente negarle al público en general la posesión de una mentalidad crítica”. Lo firmo.
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