Cuchillo sin filo

Francisco Correal

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Edecanes

Nadie se puede alegrar del encarcelamiento de Turull, cuyas lágrimas han sido su único discurso convincente

Adiferencia de su jefe Carles Puigdemont, profesional del escarnio que no me inspira ninguna conmiseración, sí me conmovió el gesto contrito, camino del simbólico cadalso, de su edecán Jordi Turull. Hay quien ha celebrado en las redes sociales su encarcelamiento y ha llegado a decir que constituye uno de los días más felices de su vida. Yo no me alegro lo más mínimo. Turull, como Rull y el resto de acólitos del secesionismo, ciertamente no ha matado a nadie, aunque Stefan Zweig, nada sospechoso de franquismo, escribió que nada como el nacionalismo ha causado tantas muertes en el siglo XX; tampoco ha robado a nadie, aunque nos llamó ladrones a los demás con la cantinela del "España nos roba".

La izquierda posibilista sigue con la historia de la judicialización de la política. Es tremendo que este pobre hombre a punto de llorar al despedirse de su mujer, con sus hijas desoladas, vaya a la cárcel. No mató ni robó a nadie, pero los daños que hubieran causado de proseguir en su dinámica incendiaria de partir Cataluña en dos mitades habrían causado heridas irreversibles. Con Puigdemont detenido en Domingo de Ramos, en plena Semana Santa algunos sueñan con una Semana Trágica. Boabdil Turull llora ante una imaginaria Isabel la Católica, pero sus lágrimas tienen sales de cocodrilo. Se ven ante esta desagradable situación porque han incumplido la ley y se han jactado de ello con todos los rictus de la prevaricación. Incumplir la ley en España es una inveterada costumbre y en ese sentido estos independentistas recuperan una tradición bien española. Les debe pasar como a los vascos según la teoría de Mario Onaindía, para quien eran los más españoles en el sentido calderoniano de la palabra.

Desde la Presidencia del Parlament remueven leyes y códigos para legitimar el desatino. Recuerdan al personaje del western evocado por Ángel Fernández Santos en su antología del género Más allá del Oeste, el forajido que en la cantina presumía de conocer muy bien las leyes porque las había incumplido todas. En el Estado de Derecho, los jueces aplican el reglamento para garantizar la convivencia. La izquierda pusilánime que ve capitalistas en todas sus pesadillas considera excesiva la medida, pero es que estamos ante unos profesionales de los excesos en los que han querido condensar todos sus defectos. Las lágrimas de Turull han sido su único discurso convincente.

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