Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Drácula no hay más que uno

Contrariamente, tenemos las certeza de que nuestros veranos en el pueblo o la playa eran interminables

Solemos argumentar que el paso del tiempo -el subjetivo, no el cronológico ni el psicológico- hace que las personas percibamos como cada vez más más fugaces las horas, los días y los años: "Lo del pobre de Anselmo sería en 2015, ¿no, Paco?", Paco suelta la sin alcohol y el periódico abierto por el sudoku en el velador, sonríe con los ojillos por encima de las gafas de cerca y responde: "Anselmo murió en 2005, querido: lo recuerdo bien porque se fue el mismo día en que nació mi quinto nieto". Contrariamente, tenemos la certeza de que nuestros veraneos en el pueblo o la playa eran interminables. Y eso a pesar de que, en teoría, los niños son más impacientes, o al menos así se considera en muchos sitios de Asia, donde la paciencia es signo de madurez y la impaciencia es impropia de un adulto: quien suscribe va malamente según ese baremo.

Sin pena ni angustia -aunque sí con sorpresa- por que el tiempo vuele con cierta falta de respeto por las canas, otros sucesos más anecdóticos que la visita de la parca te van poniendo de cara que tienes la suerte de no ser Anselmo, con lo bueno que era. Que tú los cuentas, los días. Hay un paso del Rubicón -o de la Laguna Estigia, con billete de solo ida- que transitan los aficionados al fútbol: de pronto, un día reparas en que los jugadores más añosos de tu equipo tienen diez -quince, veinte, treinta...- años menos que tú. El seleccionador Luis Enrique y su purga de veteranos, junto con una convocatoria de imberbes para ti desconocidos, ha sido otro aldabonazo en el llamador de tu vida, otra campanada en el perpetuum mobile que es el padre del tempus fugit (el latinazgo hoy era inevitable…).

La selección española de baloncesto que ha dado un gozoso campanazo en Berlín al ganar el Eurobásket es tres cuartos de lo mismo, a nuestros ojos de pobre émulo de San Agustín de Hipona y sus reflexiones en las Confesiones. De los nuevos bigardos de rojo y gualda conozco a los justos: a Rudy y a los dos hijos de Wonny Geuer. Esas cosillas pensaba uno ayer -enésimo lunes laboral- al ver cómo los nuevos universitarios siguen teniendo la misma edad que hace treintaitantos palos, cuando el joven profesor tenía apenas diez años más que los pollos de primero. Todo lo cual me produjo unos enormes orgullo y satisfacción. Tan grandes como los "océanos de tiempo que he recorrido" para volver a encontraros -con otros rostros diferentes- en esos pupitres corridos. Valga la cita robada del Drácula de Bram Stoker. Aunque Drácula tenía problemas para morir, y eso no suele pasar. Como uno está hecho un inmaduro de libro, terminemos con un jajajajajajajaja.

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