Cuando un maestro o maestra se marcha, se marcha un trozo de esa sabiduría que atesoraba y que como semilla plantó en cientos y cientos de alumnos y alumnas, incluso de distintas generaciones. El resto de la sabiduría se queda en esos que fueron sus pupilos. Don Manuel Calderón fue uno de esos maestros de raza a los que se le notaba -por sus hechos y por las ganas de enseñanza infinitas que derrochaba- que amaba su profesión, que como la amaba se desvivía por que sus alumnos y alumnas aprendieran conceptos que les sirvieran para el día de mañana; estaba convencido de que la escuela no era solo un paso más en la educación de los menores. Don Manuel Calderón era de esos ejemplos de maestros que sustituían en la escuela a los padres en la tarea de educar -no digo que los de ahora no los sustituyan, pero él lo hacía de una manera mucho más cercana-, heredero de aquellos antiguos docentes de pueblo, de aquellos de duros momentos de antes de la Guerra y de la postguerra a los que las familias les dejaban a sus hijos para que fueran hombres y mujeres formadas. Él puso esa su semilla de sabiduría en sus alumnos y alumnas tanto en la época de la Dictadura como ya con la Democracia. Convertía sus clases en amenas, sencillas de seguir por sus pupilos, aunque, obviamente, como siempre ha ocurrido, había sus excepciones, más de uno que estaba convencido de que lo suyo no era estudiar acababa con orejas de burro de cara a la pared. Era uno de los castigos más leves de la época. Siempre habrá quien me dirá que ese castigo era como burlarse del alumno -hay que ponerse en el contexto de la época para aseverarlo-, pero peores eran los palmetazos.

Don Manuel Calderón, junto con otros profesores y profesoras del mismo colegio coetáneos a él, contribuyó a inculcar importantísimos valores educativos hasta la adolescencia en más de una generación. Él impartía Lengua Española y Francés formando además para ir al instituto. Si se pregunta a alguno de sus alumnos y alumnas de aquellos años de la Dictadura, Transición y principios de la Democracía -antes de Logses, Lomces, Loades y demás leyes educativas que tuvieron y tienen enfrentada a la Educación- por aquellos y aquellas profesores y profesoras que fueron coetáneos a don Manuel Calderón, repetirá como si se tratase de una alineación de un equipo de fútbol los nombres de don Claudio Rodríguez, doña Manolita, don Benito, don Luis Gallego, don Agustín Copé, don José Blanco, las señoritas Loli y Yeya o los maridos de estas últimas, los hermanos José Antonio y Rafael Medina Alonso. Eran otros tiempos en los que todos ellos se tomaban tanto en serio -que no digo que ahora no se haga- su papel educador que iba más allá de las asignaturas que impartían. Don Manuel, por ejemplo, formaba no solo para ir al instituto, también lo hizo en Gimnasia para la mili. DEP, maestro.

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