Monticello
Víctor J. Vázquez
S. La quijotesca
Hoy, cuando escribo esta columna, 1 de enero, día en el que celebran su santo quienes se llaman Manuel o Manuela, quiero aprovechar esta pieza periodística para opinar de don Juan Manuel. No, no me refiero a quien fue uno de los principales representantes de la prosa medieval de ficción, sobre todo gracias a su obra El conde Lucanor. Tampoco me refiero al adalid del [como él mismo llama a su] Gobierno del cambio en Andalucía, al presidente de la Junta. Este don Juan Manuel -así lo llamarán, supongo, muchos de sus pacientes- es don Juan Manuel Fernández Torrico, médico rehabilitador, y de los buenos, doy fe de ello. Es cordobés, de Belalcázar, y es pese al tiempo y la distancia un compañero de viaje de los de verdad, de esos que han sufrido contigo cuando tú has sufrido y ha sido feliz contigo cuando tú has sido feliz. Era mi oficial guaperas Jim Street cuando de niños vivíamos aventuras tras inocentes ladrones -también con caras de niños- por las inmediaciones del arroyo del pueblo, imaginándonos ser agentes de SWAT -yo era su teniente Dan Hondo Harrelson-. También fue mi compañero David Starsky mientras yo me metía en la piel de Kenneth Hutchinson Hutch y soñábamos que perseguíamos a los malos a bordo de ese cochazo, ese Ford Torino rojo, que eran nuestras bicicletas. Además de ser mi alumno aventajado en las lecciones que le daba de beatlemanía, convirtiéndose en un fanático de los cuatro de Liverpool. Él siempre ha tenido buen gusto.
Hablo también de años en los que era muy difícil competir con él a lomos de una bicicleta de carreras mientras quemábamos kilómetros y en los que la cosa estaba más igualada cuando jugábamos nuestros partidos de tenis, yo tratando de imitar a John McEnroe y él derrochando la elegancia de Ivan Lendl. No obstante, en esta categoría deportiva he de reconocer que el mejor del grupo de colegas era nuestro amigo Daniel Herrera, con un tenis muy del estilo de su idolatrado Björn Borg. Pero he dicho que voy a opinar sobre él y opino que basta solo una vivencia común para comprobar que el don se le queda chico. En mi primer sueño de 2020 he vivido una situación mezcla de alegría y amargura con una persona muy especial que aunque en marzo hará 23 años que se fue -muy joven-, sigue viva en mi corazón. Cuando venía para el periódico he recordado lo que tanto don Juan Manuel como nuestro amigo común don Carlos Quintana me ayudaron siendo dos hombros en los que apoyarme en momentos muy difíciles durante esas largas semanas de hospital en las que a esa persona se le iba poco a poco escapando la vida. Y he revivido cómo estuvieron a las puertas de un quirófano conmigo una madrugada entera mientras a ella le trasplantaban un corazón. Nunca les di las gracias por ello. Hoy necesito hacerlo.
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