Competencia y competitividad. Conceptos de hoy, desde hace ya años, que determinan el posicionamiento del garito en el mercado; conceptos que los sitúan en el ranking, en ese top al que, cada vez, más caso le hacemos todos a la hora de elegir destino, centro, negocio; la opción en definitiva, en la que depositar nuestra confianza, según corresponda. En ese plantel de competidores, cada uno aspira a distinguirse y se encuentra, porque nos los han puesto por delante, con los distintivos. Ni qué decir tiene, el posicionamiento en red, el turno en el que ser encontrado en la barra de internet. Hace años que disfrutamos de playas de bandera azul, empresas públicas y privadas, centros de negocios y hasta educativos con Q de calidad, que luego han luchado por trascender y pasar de esa Q a la E de excelencia. Los hoteles miden su nivel, su categoría por estrellas, luego se unieron los restaurantes, con sus tenedores, los soles y también las estrellas. Y al final, entre letras, conceptos y los referidos objetos preciados, queda todo etiquetado y posicionado en el mapa de las opciones del consumidor en todas sus variantes.

Es verdad que, en el camino hasta esa letra o el distintivo en cuestión, debe de haber un crecimiento acompasado del equipo, el visualizar el objetivo concreto y común resulta motivador, como impulso sano por llegar a esa meta. Tener una aspiración concreta y compartida, hace superarse a todo grupo en la tarea. Nos curramos la insignia, como los niños de la guardería se portan bien a cambio del sello en la mano. Es un objetivo, una fase motivadora focalizada en ese reconocimiento, reconocible por el público.

Tras la consecución del distintivo, llega la temporada alta para el del sello, cuando público leal y muchos curiosos llegarán a catar, a olisquear, a criticar o ratificar la etiqueta reciente. Y ahí, a saborear las mieles del éxito. Pero la vida da giros y quiebros, y pequeños detalles a veces provocan el vuelco non grato. Y más allá del mérito exteriorizado, del reconocimiento traducido en insignia, cuando se pierden las letras distintivas, se duplican las de la hipoteca y las del préstamo personal. Ahí, las estrellas, los tenedores o los soles, evidencian lo que nos desvivimos por los símbolos que colgamos en la puerta a modo de reclamo y lo fácil que podemos olvidarnos entonces de la calidad y el cuidado de puertas para dentro hacia los de dentro. Los reconocimientos son fabulosos, pero podríamos mantener el objetivo en distinguirnos más allá de distintivos.

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