¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Discurso real, tres heridas

Es el Emérito el que debe responder por sus actos, no su hijo. Que no se disfrace de ética lo que sólo es un asalto al poder

El discurso de Felipe VI (que Dios guarde) del coronavirus, como el poema de Miguel Hernández, llegó con tres heridas. Veamos:

Herida 1. La provocada por los que, después de ver y escuchar al monarca, afirman que la alocución fue a destiempo y llena de lugares comunes (aburrida, en suma). Éstos críticos también echaron de menos una mención al espinoso asunto que, ejem, atañe al Rey emérito (por ahora), Juan Carlos I. Nosotros, quizás por la pesadez mental que nos está provocando el confinavirus, no comprendemos muy bien los reproches por la supuesta tardanza real. El monarca intervino justo cuando le correspondía, después de que el Gobierno hubiese explicado el estado de alarma a la ciudadanía y al Congreso de los Diputados. Si a alguien hay que reprochar lentitud y fallos en la gestión de esta crisis no es precisamente al monarca. Respecto a los defectos de contenido y "dramaturgia" (así le dicen) del discurso, no sabemos exactamente qué esperaban estos sagaces comentaristas. Felipe VI, como Sánchez, tiró del manual Sangre, sudor y lágrimas, con la consiguiente llamada a la unidad y la responsabilidad. Quizás podría haber criticado los muchos errores cometidos, pero ese no es el papel de la Jefatura del Estado. Las amonestaciones por la omisión del Corinna Gate son, también, absurdas. La mención hubiese sido una morcilla incomprensible en medio de un discurso cuyo fin era estimular la épica ciudadana, no la autocrítica de la institución monárquica.

Herida 2. La infligida por los que ni siquiera le dieron una oportunidad al discurso y protagonizaron una cacerolada que, al parecer, fue sonada en algunos barrios (el nuestro permaneció en un realista silencio). Son los mismos que no chocaron sartenes cuando en Andalucía y Cataluña, por poner dos ejemplos, se maltrataron las arcas públicas. Por pura coherencia, si la corrupción de un rey es causa suficiente para suprimir la Monarquía, la de Pujol lo sería para acabar con la Presidencia de la Generalitat.

Herida 3.La nuestra. El discurso fue aburrido, como se le exige a un Rey. Pero cuando pase el coronavirus habrá que hablar muy seriamente del futuro de Juan Carlos I, definitivamente convertido en el Darth Vader de la democracia española, el hombre que, sin que se sepa muy bien por qué, se pasó al lado oscuro de la fuerza. Hay que llegar hasta el fondo de este asunto. Pero es sólo el Emérito el que debe responder por sus actos y no su hijo. Que no se disfrace de dignidad ética lo que sólo es un asalto al poder.

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