Dimisiones

Los partidos han acabado convertidos en maquinarias de poder y de trabajo que se acorazan tras su líder

Hayque ser muy iluso para pensar que el previsible fracaso de algún partido en las próximas elecciones vaya a provocar la dimisión inmediata de su principal dirigente. No queda nadie tan ingenuo para imaginar que tal cosa vaya a producirse. Sin embargo, hubo una época en que sucedía. Un mínimo sentido de responsabilidad, de consideración hacia militantes y electores, obligaba a hacerse cargo no solo de los logros, también había que asumir los descalabros. Pero ese necesario ejercicio de autocrítica ("no he sabido hacerlo bien", "no he sido consecuente con mis principios", "me he equivocado", "debo irme") ha desaparecido de los hábitos de los políticos contemporáneos. Resulta sorprendente que, en una época, en la que el supuesto líder del partido lo decide todo, luego busque mil subterfugios para ocultar sus errores y eludir su culpa ante los hechos. Esta inmunidad también la fomenta saber que no se verá obligado a rendir cuentas reales ante la dirección de su propio partido, porque hoy día el poder de aquellos antiguos y temibles "comités centrales" se ha disipado. Una manipulada orgánica interna ha permitido, contra toda racionalidad, que el dirigente, una vez elegido, coloque, de manera más o menos oscura o explícita, a los mismos que deberán luego controlar su actuación. Estos nuevos comités de dirección -que desgraciadamente funcionan así en casi todos los partidos- se nutren, pues, de adictos a la persona del dirigente. Y, por tanto, su supervivencia está íntimamente ligada a la permanencia de su jefe. Pocas exigencias de dimisión cabe esperar de ellos. Los partidos han acabado convertidos cada vez más en maquinarias de poder y de trabajo que se acorazan tras su líder, unas veces para expandirse -si consiguen ganar-, otras para replegarse si las cosas salen mal. Pero autocrítica y dimisiones no entran en sus pronósticos.

Este comentario viene a propósito del gran peligro que quizás planteen los resultados de las próximas elecciones. El temor no estriba solo en que se repita el mismo reparto en el porcentaje de votos entre los partidos. El gran problema consistirá en que se mantenga la actual situación, permaneciendo, además, inmutables, los mismos dirigentes. Es tal el desgaste de algunas caras, que, sorprendentemente, muchos piensan, que no es tanto un cambio de siglas como de rostros, lo que permitiría despejar el cerrado horizonte de la política española. ¿Habrá algún dirigente que si pierde se vaya a sentir responsable de su fracaso? ¿Se producirá alguna dimisión?

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