Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Diana

La lucha por un punto más de 'share' o unos pocos miles de retuits ha provocado una cascada de detalles morbosos

De todo lo ocurrido en torno a la detención del asesino de Diana Quer cabe extraer dos enseñanzas o, mejor, dos constataciones: la primera, que la Guardia Civil es una garantía de trabajo riguroso y efectivo que no da un caso por perdido aunque el juez que lo investiga sí tire la toalla y, segunda, que en sucesos de este tipo aflora en España un periodismo -de alguna forma hay que llamarlo- que ha perdido la vergüenza y también, en demasiadas ocasiones, la dignidad.

Cuentan las crónicas de la Transición que cuando los socialistas llegaron al poder en 1982, año y pico después de la mascarada golpista de Tejero, veían a la Guardia Civil con un enorme y lógico recelo y que incluso hubo encima de alguna mesa un plan concreto para disolverla. Hubo que tirarlo a la papelera tan pronto como los ministros de Felipe González se pusieron a la tarea de gobernar. Hasta el punto de que creo que fue el propio Felipe el que llegó a calificar a los hombres de verde -en aquellos años aún no había mujeres- como el gran descubrimiento de su llegada a La Moncloa. Desde entonces, a pesar de desgracias como tener a Roldán de director general, la Guardia Civil no ha hecho otra cosa que ganarse el respeto de toda la sociedad y demostrar que se puede confiar en ellos. El caso de Diana es la última evidencia de que es así.

El horrible asesinato de esta chica, y esta es la segunda constatación de la que hablábamos, ha desatado los perores fantasmas de una profesión, el periodismo, que parece que en los últimos años adolece de una preocupante pérdida de rumbo, que nos afecta a todos pero que tiene en las televisiones y en la redes sociales sus principales exponentes. La lucha por un punto más de share o por unos cuantos miles de retuits ha provocado una vomitiva cascada de detalles escabrosos, suposiciones morbosas y medias verdades que han convertido la detención del asesino de Diana en una especie de circo de los horrores. Eso por no hablar del escrutinio malsano al que durante más de un año ha estado sometida esa familia de la que se han aireado detalles que arrasan cualquier derecho no sólo al honor sino también a la intimidad.

No es la primera vez que pasa y desgraciadamente no será la última. Desde que hace ya 25 años las entonces recién estrenadas televisiones privadas descubrieron un filón de audiencia con las niñas de Alcàsser esto ha ido en aumento. El problema es que poco a poco ha ido permeando a lo que podríamos llamar el periodismo serio. Algunas pruebas tan evidentes como horribles las hemos visto en los últimos días.

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