Desmontaje

Entre las vergüenzas e infamias figurará esta nueva campaña para postergar de manera deliberada la lengua común

Algunos comentan, no sin ironía, que los manuales de historia, en el futuro, estudiarán cómo se desmontó un Estado de Derecho que funcionaba relativamente bien. En estos días, unos cuantos intrépidos, con cínica diligencia, ejecutan este desmantelamiento, tuerca a tuerca, ante una multitud que, impávida, atónita e impotente, contempla desde la distancia el espectáculo. Un espectáculo, en efecto, que merecerá ser enseñado en libros y llevado al cine. Porque no se trata de una maniobra clandestina o demoniaca, se lleva a cabo en público y a la vista de todo el que quiere enterarse. Incluso entre los que participan en el desmontaje los hay convencidos e iluminados porque en los nuevos estados que se perfilan, una vez independientes, habrá mayor felicidad y todo funcionará muchísimo mejor. Un convencimiento que ostentan con soltura de agradecidos, ya que la promesa de traer una nueva vida, una vez fuera de España, les permite ocupar ya, ahora, buenos cargos y gratas remuneraciones. Y, además, durante cuarenta años han oído, día tras días, las mismas recetas: que son mejores y, por tanto, vivirán mejor cuando gobiernen solos y protegidos por las nuevas fronteras de su paraíso.

Pero para justificar estos nuevos estados -de momento, en el País Vasco y Cataluña- al mismo tiempo que se revientan las viejas costuras de España, hay que mostrar una identidad fuerte que alardee sus diferencias. Y aunque todas las identidades son inventadas, al separatismo vasco y catalán les cuesta, a pesar de tanto esfuerzo y subvenciones, encontrar algo que vaya más allá de alumbrar unas cuantas peculiaridades y costumbres etnográficas. De ahí, la inaudita presión puesta en sus respectivas lenguas, únicos instrumentos que han encontrado manejables para probar que son distintos y movilizar a parte de la población de su territorio. Y para conseguir otra nueva vuelta de tuerca, en su pertinaz desmontaje de la vida de todos, no les importa relegar otra lengua, el castellano, víctima pasiva de tan trasnochada represión. Ya el mero hecho de plantear estas disyuntivas de inclusiones y exclusiones previene contra unas mentalidades en las que la paranoia de mío y tuyo, amigo y enemigo, está causando el peor de los efectos. Y aún es más inconcebible que ante esta patología psíquica, en lugar de desenmascararla, transija el partido socialista. Si finalmente este desmontaje de España se estudia en los libros, en su primera página de vergüenzas e infamias figurará esta nueva campaña para postergar de manera deliberada la lengua común.

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