LA semana pasada, al mismo tiempo que sindicalistas del SAT asaltaban un centro comercial de Sevilla para llamar la atención sobre la pobreza creciente, un juez de Madrid dejó en libertad a un ejecutivo español de la banca JP Morgan que había sido acusado de haber hecho desaparecer unos 6.000 millones de dólares. Este ejecutivo, por lo que parece, se metió en operaciones financieras arriesgadas, perdió el dinero y luego ocultó las pérdidas maquillando las cuentas de la entidad. Desde Estados Unidos se ha pedido su extradición, y el ejecutivo bancario se enfrenta a una condena de más de sesenta años de cárcel, pero el juez lo ha dejado en libertad mientras estudia su caso. Y es probable, conociendo cómo funciona la justicia española, que los tecnicismos legales le permitan seguir tan tranquilo en su casa durante mucho tiempo.

Cuando uno lee estas cosas ya no sabe qué pensar. No parece muy inteligente asaltar supermercados y centros comerciales, aunque sólo sea como gesto simbólico y como llamada de atención, porque el histrionismo político no sirve de nada y sólo consigue que aumente el griterío y la tentación de la demagogia. Pero tampoco parece muy inteligente dejar tan tranquilo a alguien que está acusado de haber hecho desaparecer 6.000 millones de dólares, aunque esa persona esté a la espera de una solicitud de extradición. Una sociedad normal -y saludable, y justa, y civilizada- no puede permitir que se asalten los supermercados, pero tampoco puede permitir que un acusado de haber hecho desaparecer 6.000 millones de dólares se pasee tan pancho por la calle. No sé si alguien se ha dado cuenta de que entre esos 6.000 millones había dinero de inversores y de ahorradores, y que una parte de ese dinero servía para financiar empresas y para crear trabajo. Y alguien debería hacerles saber a los ejecutivos financieros que su actividad tiene una altísima responsabilidad social, porque el destino de muchas empresas y de muchos trabajadores depende de sus decisiones. Y si ganan fortunas gigantescas haciendo lo que hacen, también deberían asumir un castigo gigantesco si sus decisiones caen en lo delictivo. Es así de simple.

Pero nosotros preferimos vivir en ese mundo bipolar de las acciones simbólicas y de los histrionismos estériles, donde todo se queda en la política de los gestos y nada tiene efecto, así que se asaltan supermercados al mismo tiempo que un ejecutivo acusado de delitos gravísimos sigue tan tranquilo en su casa. Un desastre.

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