Una de las novelas favoritas de Bartos padre (que nos dejó hace poquito, después de una vida larga disfrutada a su altura, la de un gran hombre) era La montaña mágica, de Thomas Mann. He leído estos días de atrás que Davos es un pueblito pequeño, cargado de nieve sin regalos, una especie de parque temático de la pasta gansa, donde es difícil encontrar una referencia a la novela o a los personajes, en medio de hoteles tematizados, y promocionados, por las grandes empresas mundiales. No me lo creo del todo. He apuntado en pendientes alguna visita de comprobación.

Davos es el lugar donde se reúne desde principios de los setenta el Foro Económico Mundial, World Economic Forum, una organización independiente creada por el doctor en Economía Klaus Schwab, cuyo objetivo formal es, básicamente, generar un entorno propicio entre los líderes económicos, y, en menor medida, políticos y sociales, del mundo, muy basculado hacia el lado occidental, para analizar y proponer grandes líneas de por dónde van y por qué, y, sobre todo, hacia dónde deben, por qué y cómo, las cositas de comer, los elementos esenciales de todo este teatrillo. Para el doctor y su familia, la organización es un potosí. Para las empresas que importan, o que deben parecerlo, una obligación comercial. Para los políticos del mundo libre, un escaparate conveniente. Para el común de los mortales, es una noticia habitual, relleno de parrillas de enero.

En la novela, que es una sucesión de cosas que le pasan a un grupo de personajes que rodean al principal, Castorp, el tiempo es el verdadero protagonista, en mi opinión. El tiempo se come todo, la necesidad primera de cambio o recuperación, el proceso de recuperación o cambio, y el cambio mismo, si es que lo hay. Entre medias que esto quizás ocurre, pasan cosas y hay gente que, como decía Mariano (¡ay!), hace cosas. En la montaña, en Davos, nos escribió Mann, pasan cosas, igual, y nos descubrió, a gentes que hacen cosas. Y esos mismos a los que le pasan y hacen cosas en la montaña, saben que fuera de ella hay otros a los que pasan y hacen cosas. Pero el tiempo, que es el protagonista, digo, y la situación concreta de cada cual, dan una perspectiva diferente de los mismos hechos. Le dijo Joachim a Castorp, poco después de su llegada, "(…) Tres semanas no son prácticamente nada para nosotros, los de aquí arriba; claro que para ti, que estás de visita y solo vas a quedarte tres semanas, son mucho tiempo".

No lo tengo muy currado, lo reconozco (soy más de decepcionarme con los chiringos institucionales que con los clubes privados), pero sospecho que Davos es tan relevante para los de fuera como los siete años de Castorp en la montaña. Esto solo dura una semana, pero ya se sabe: cosas que pasan, en la montaña y fuera, pero que ni se rozan. Por eso se vuelve y se juega a la petanca. "Anestesia de los sentidos". Todo muy real.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios