Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Darwinismo o democracia

Las empresas ganadoras no lo son para siempre: recuerden a Kodak, que fue puesta en fulminante fuera de juego por la fotografía digital, como las aerolíneas "de bandera" fueron golpeadas en el hígado con el crochet repentino de las low cost. Los viajeros, clases medias y altas que se arreglaban como para ir a misa y pedían zumo de tomate a discreción, mutaron en democráticas masas de turistas. El vídeo -las imágenes en movimiento- mató a la estrella de la radio, cantaban The Buggles.

¿Por qué no imitaron las grandes compañías a sus innovadores rivales, nacidos de la mano de la tecnología rompedora? Porque no pudieron: es más fácil crecer que reajustarse a la baja; como sucede con los kilos, ya saben. Las grandes compañías tienden a la burocracia y la esclerosis, y su poder por tamaño puede convertirse en debilidad; le pasó a la Armada Invencible frente a las fragatas inglesas, le pasó a Roma: los ciclos de vida y su final decadencia son inexorables. Los coches japoneses destrozaron a la industria de Detroit. Los magníficos automóviles de cinco metros de Thelma y Louise, panelados y gastosos, fueron Goliaths, dinosaurios que fueron condenados a la historia por los Davids populares que, ágiles y sin estructuras repletas de grasa, cambiaron el paradigma. Un meteorito, cada cierto tiempo, produce lo que Schumpeter bautizó como destrucción creadora. Los jóvenes, sobre todo los más adaptativos, acaban por comerse a sus mayores. Es ley de vida. Ecología.

Los ciclos, además, se hacen más cortos de la mano del vértigo tecnológico. Zara sufre a Amazon como gato panza arriba, y los grandes almacenes con grandes establecimientos céntricos, atención personal y garantías sufrieron a su vez, en lo tocante a moda, el zarpazo de Inditex. Se impuso un panorama de refinanciación perdedora, recortes de costes atribulados, inversores globales no afectos al territorio y fondos de inversión que compran y venden, y a unas malas, liquidan la empresa con cirugía carente de compromisos ni alma. Lo cual no es ni bueno ni malo: es así. El pero esencial a este esquema de cosas es que la extrema concentración en manos de intermediarios globales es contraria a la economía de mercado y sus virtudes. Contraria a la democracia -permitan la grandeza- y al saludable equilibrio entre clientes y proveedores. Las instituciones públicas deben defender a la gente. Si es que no se ven arrastradas por el poder económico. Que se ven. Cuando la libertad de mercado colisiona con la libertad de las personas corrientes, no hay tales libertades. Impera entonces el poder puro, duro.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios