DANA

Es la máxima aspiración de los que estos días lo están perdiendo todo: su casa, su tierra, su coche, sus fotos...

Cinco personas han muerto ahogadas dentro de sus propios coches. Su camino, el pavimento firme por el que circulaban, se transformó en segundos, en una corriente de agua salvaje que los volcó e inundó. A miles les ha devorado sus casas la implacable fuerza destructora de DANA. Aunque su significado, el de Dàna, en sánscrito, sea de generosidad, su comportamiento monstruoso ha alcanzado niveles apocalípticos. Quizá los budistas asocien esa generosidad a la mayor expresión que se pueda ofrecer por sus beneficios. Por el contrario, esa dadivosidad ha resultado, en este caso, mortal. La gota fría ha llegado a verter 300 litros por metro cuadrado en un día, que es lo que llueve, en el pueblo de la Comunidad Valenciana de Ontinyent, durante todo un año. La muerte sigue siendo tan inesperada, temida como, aún por ello, respetada. Los cinco fallecidos fueron sorprendidos dentro de sus coches por unas torrenciales lluvias que están siendo comparadas con las de las épocas de los cataclismos. Esos años en los que el mundo era y se comportaba como un monstruo gigantesco, bruto y malhumorado. La Tierra, que se le adjudicaba entidad propia, personalización, era temida por los individuos del pueblo que vivían amedrentados bajo las constantes amenazas de los dioses, por los reyes autoritarios quienes oprimían a su pueblo. Los cielos se ennegrecían ante los gritos iracundos de seres mitológicos encolerizados. Ardían ciudades enteras destruyéndolas hasta el mínimo superviviente que quedaba para relatar historia. La hambruna convertía a los vecinos en caníbales. Las nevadas enterraban pueblos y vidas congelándolas durante largas eras glaciares. Los monstruos echaban por sus bocas toda su ira como dragones vomitando fuego de sus entrañas. Se abrían los mares , se derrumbaban las tierras y los cielos se desplomaban. Y, siempre, los amenazados , eran las gentes del pueblo. Personas sencillas que dedican sus días a sobrevivir con modestos trabajos con los que sólo pueden aspirar a seguir pagando sus pequeñas casas. Respetuosas edificaciones convertidas en sus máximos palacios aspiracionales donde poder disfrutar de las reuniones familiares. Es la máxima aspiración de muchas personas que estos días lo están perdiendo todo: su casa, su tierra, su coche, su cama, sus fotografías… su familia. Seguimos siendo seres nimios ante el gigante de la naturaleza de la tierra que es como es por mucho que la queramos doblegar a nuestro antojo o enfrentarnos a su genio como si fuéramos dioses frente a ella.

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