EL presidente Zapatero mostró ayer dos de los principales rasgos de su personalidad, no necesariamente virtuosos. Su hiperactividad y su optimismo. Hay una crisis, pero él públicamente no tiene nada que reprocharse. Una frase suya resume su estado de ánimo: "Hay una tempestad fuerte, pero vamos en un barco sólido que conoce muy bien el rumbo". Aun en las circunstancias adversas que vive la economía nacional, al primer ministro español le complace a final de año hacer un balance positivo de la marcha del país. No es la primera vez. No le han desanimado fiascos como una conferencia de prensa similar, el 29 de diciembre de 2006, en la que auguró una clara mejoría del problema terrorista para el año siguiente, un día antes de que ETA cometiera el atentado de Barajas que costó la vida a dos personas. Ahora, el asunto capital de su intervención ha sido la crisis económica, a la que dedica sus principales esfuerzos y apariciones públicas. No ha querido expresamente reconocer ningún error de diagnóstico previo a la llegada de la crisis. Y, sin embargo, este ha sido con diferencia su principal defecto como gobernante en el año que termina. José Luis Rodríguez Zapatero primero negó que viniese una crisis y acusó de antipatriota al líder de la oposición, Mariano Rajoy, por anunciarla. Después minimizó sus consecuencias con el eufemismo de la desaceleración. Y, finalmente, cuando la ola de recesión cayó sobre la economía española y europea, orilló a todos sus ministros, incluidos los vicepresidentes Fernández de la Vega y Solbes, y acaparó el protagonismo de las decisiones y los anuncios. Esta hiperactividad, muy del estilo del presidente francés Sarkozy, convierte en anónimos a la mayor parte de los miembros del Gabinete y desgasta al presidente. Ayer resumió algunas de las medidas anticrisis, avales y compra de activos a los bancos, inversiones públicas, y ayudas hipotecarias y fiscales a los ciudadanos. Y enunció algunos buenos augurios: el temor a un colapso financiero ha desaparecido y la recuperación puede iniciarse en 2009. El presidente también ha hecho promesas cuyo cumplimiento sólo depende de la duración de la crisis. Dice que no dejará a nadie desprotegido y a su suerte. Es una visión positiva, pero quizá poco realista de la situación. Zapatero admite la crisis, pero no la autocrítica.

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