Javier Marías escribía hace unos meses que si uno se asoma a la historia de la literatura verá que está llena de impertinencias y desdenes de unos autores hacia otros, sin que por ello se tildara a los primeros de resentidos y envidiosos. Conrad detestaba a Dostoyevski, Nabokov despreciaba a Faulkner y a bastantes más, Faulkner no estimaba mucho a sus pares con la excepción de Thomas Wolfe, Capote lanzaba dardos contra casi todo el mundo. Es fácil aplicar a la política la pregunta que Marías se hacía en relación a este conflicto entre escritores. ¿Qué ha sucedido para que nos hayamos vuelto todos remilgados, cuando no insinceros y versallescos?

En España, para las elecciones del 20D se fundaron un montón de partidos, casi todos de izquierda para hacer públicas sus diferencias con un objetivo sagrado: juntarse. Todos ellos tiene una frase en su ideario parecida a: la confluencia de la izquierda, convocatoria de izquierdas, la unión de la izquierda, frente de izquierdas… creando una enorme expectación sobre la reunificación ideológica antes que el propio ejercicio del gobierno. Me pregunto cómo es posible errar tanto la puntería: cuando la izquierda tiene al adversario a tiro, se gira y devora a sus compañeros con reflejo pavloviano. Ya nos dijo Semprún hace 30 años que la izquierda no paraba de traicionarle porque de la derecha no esperaba nada. Cuando la sordera es total, enseguida hace acto de presencia la desinteligencia y el ombliguismo que al parecer es contagioso.

Los que sentimos que nos han roto el corazón no sabemos dónde hay que acudir para que nos lo cosan; ¿quién será capaz de recoger todos los trozos? Hasta whatsapp tiene un emoticono para expresar este destrozo, usarlo despoja de dramatismo el mensaje pero no alivia la desesperanza. Estos corazones rotos están globalizados, no es una exclusiva española. El hundimiento electoral del Pasok; la búsqueda, a la desesperada, de la militancia para impulsarse, como nuestro vecino Corbyn; o las coaliciones con los democristianos como los alemanes; o en Portugal, que gobiernan en alianza con la izquierda radical y, en Francia, que no remontan, están dejado el mapa de Europa repleta de corazones socialdemócratas "partíos". Groucho Marx dijo que el amor eterno es ese que no hay manera de quitarse de encima, por lo que se ve en la izquierda se ha acomodado un tipo de amor al despecho, ese sí que es eterno, no hay cura posible. "¿Quién me va a curar este corazón partío?".

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