Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Convivencia

YA es un lugar común hablar de las rupturas en verano. De lo que no se habla, nunca, es de las reconciliaciones. Hace diez años, Vicente Verdú escribió un interesantísimo artículo en el que comentaba cómo en la sociedad actual el único reducto de intimidad personal, de vigor íntimo, del hombre, es la pareja. Del hombre y la mujer. Las horas, su amasijo de tiempo, de cansancio, de ilusiones y hastío, de entusiasmos y hambre, casi siempre se pasan lejos de la persona que elegimos para compartir la vida. Uno escoge a alguien, y se casa con ella, o él, o no se casa, porque es la persona con quien prefiere compartir todas las horas, todo el tiempo y también todo el cansancio, las ilusiones y el hastío, y también los entusiasmos y el hambre clamorosa de su cuerpo. Sin embargo, resulta que al final esa persona se pasa casi todo el día en otra parte, del mismo modo que uno reside casi siempre en otra parte, se ocupa de otras cosas en otra latitud del pensamiento, de la emoción y la obra, viviendo en dos ciudades paralelas que a veces entrecruzan avenidas, callejones y plazas, pero sin aventura.

Al final lo que queda es convivencia. La aventura, la intensidad de fibra sobre piel, de olor hendido y pleno, la quema sobre todo vivir juntos. La convivencia, entonces, es una unión de sueldos, una conjunción de economías, como se ve en el pulso a la hipoteca, en el pulso a la vida, en el pulso al llegar a fin de mes. La vida, o eso parece, queda reducida al fin de mes. Así la gente briega, se refuerza, aguanta y sobrevive, va matando a tientas la emoción que residió en los ojos compañeros, que fueron ojos cómplices también y fueron el escenario vigilante de un incendio interior. La gente, luego, desea lo que no posee, y se busca fuera de casa lo que no se posee. La gente, lo que busca, es recuperar esa emoción, que puede estar al lado, en el trabajo, con su peso de horas añadidas; el trabajo, hoy, también es convivencia, pero una convivencia impuesta por el sueldo que puede devenir en otra cosa. La gente vive mal, lucha o malvive, y es por eso que una serie de televisión tan destructiva como Escenas de matrimonio, que lanza a la palestra toda la ruindad, la podredumbre, esa putrefacción de unas parejas vencidas por la vida y aún unidas, se ha convertido en éxito masivo.

Es un lugar común hablar de las rupturas en verano, porque sólo en verano, como en Navidad, la gente se reencuentra con el otro, ve en sus ojos también lo que sucede o lo que ha dejado de ocurrir. Hoy, ahora, miles de parejas se despiden. Les espera septiembre, en otras vidas.

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