Cambio de sentido

Conexión

Podemos participar de un retablo ("un mundillo") y confundirlo con la vida. Mientras, fuera, arrecia

En la peluquería la muchacha me trenzaba el pelo cuando, de repente, un viento volteó la lluvia, levantó los toldos, barrió veladores, quebró una rama. Al otro lado de los cristales, tres ancianas se defendían del vendaval con un paraguas. La peluquera soltó los peines, tocó en la ventana, con señas les indicó la puerta. Las mujeres entraron a guarecerse, despeinadas, empapadas, asustadas. Ahora estaban cobijadas, alborozadas, íntimas. Quizá se pregunten qué veo de extraordinario en ello. A día de hoy, todo.

Quizá hayan visto las imágenes: maratón de los Juegos de la Commonwealth, Australia. El corredor Callum Hawkins se siente desfallecer, zozobra mas continúa la marcha. Recorre varios metros tambaleándose, hasta que cae -la boca abierta- desplomado en el suelo. Pasa de largo Michael Shelley -¡campeón! tuya ha sido la victoria-, el corredor que le perseguía; las personas del público, impávidas, demasiado cerca, graban y retratan la agonía. Nadie lo ayuda.

Últimamente suelo comprobar si tengo conexión. Vaya a ser que me llamen y no me entere (no hay que fiarse, son muchos quienes andan por ahí desconectados sin saberlo, vaya a ser yo también una). No me refiero al móvil, hablo de la conexión con la calle, la gente, la fiesta, el emperro, las amigas, los muertos, los campos, la casa. Con una misma. Dicho sea de lleno, sin rollitos sucedáneos ni mercadería de New Age. El mundo está tirando a duras penas cada vez con menos conexión. Ni siquiera aludo a conceptos redondos como solidaridad, sororidad, empatía, bien y mal, sino a lo común, lo vivo y lo verdadero. Porque "lo vivo era lo junto", escribió Luis Rosales.

El minuto de gloria que calculó Andy Warhol se ha quedado corto. Ahora podemos tener varios canales temáticos de cada cual. Cualquiera puede construirse una realidad a medida y confundirla con la vida. O participar de un retablo ("un mundillo", lo llaman, acertadamente) y confundirlo con la vida. O comprarse un espejo y confundir los reflejos con la vida. Mientras, arrecia: bombardeos sobre Siria, refugiados sin refugio, un hombre que boquea desplomado en el suelo, un vendaval en el barrio de Triana. Tras el cristal pasan tres ancianas desguarnecidas. Somos ellas y somos quien las mira. También somos la muchacha que deja de trenzarme el pelo para abrirles la puerta. O no, quién sabe. Basta con mirar fuera para comprobar si continuamos teniendo conexión. Hagan la prueba.

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