Concordancia

El orden patriarcal se basaba en una idea esencialista a la que no tendría sentido oponer otra de signo inverso

Es sabido que el castellano, al contrario que el griego y el latín, o el alemán entre las lenguas indoeuropeas modernas, no dispone de una palabra que designe la condición humana sin distinción de sexos, un término genérico como ánthropos u homo -que se refieren por igual a los hombres y a las mujeres y pueden por ello concordarse tanto en masculino como en femenino- o mensch en el idioma de los germanos. El hecho de que exista, sin embargo, indica algo que por lo demás resulta evidente para cualquiera no cegado, como lo ha estado la humanidad durante milenios, por los prejuicios que asignaban a la mitad de la especie una serie de debilidades y deficiencias que autorizaban a la otra -o más bien la obligaban, bajo coartada paternalista, aunque la supuesta protección implicara sometimiento- a ejercer una dominación justificada por razones naturales, religiosas o incluso de conveniencia política.

Este orden, que por lo que nos dicen los antropólogos habría sido posterior a la institución primordial del matriarcado, viene siendo cuestionado desde finales del siglo antepasado y ha entrado en el actual, luego de décadas de retroceso en todos los terrenos, en una crisis sin retorno. El cambio cultural que supone es tan formidable que no tiene lugar sin la previsible resistencia de los más recalcitrantes, que temen perder sus privilegios y de hecho han perdido ya, aunque haya quien no se entera, la autoridad para hacer frente a una revolución -eso es, aunque incruenta- tan justa como inexorable. El tiempo se ha acelerado y no cabe imaginar otro horizonte, incluso a escala global, que el de una emancipación completa y definitiva.

Ahora bien, la cosmovisión patriarcal, de la que podemos empezar a hablar en pasado, estaba basada en una idea esencialista a la que no tendría sentido oponer otra de signo inverso. Lo hacen quienes defienden una relectura del "eterno femenino" que retomaría el concepto que tanto disgustaba a Beauvoir con una significación muy distinta, pero igualmente esotérica e idealizante y en el fondo reductora, de acuerdo con la cual las mujeres estarían dotadas de virtudes específicas de su sexo. Las cualidades o los valores que merecen el calificativo de buenos -entre otras cosas por no ser innatos- no guardan ninguna relación con el azar de los cromosomas, pero este nuevo determinismo usa de una terminología casi bélica que sugiere un enfrentamiento permanente e irresoluble. Cuando desaparezcan las últimas barreras, la bendita diversidad de los individuos se situará por encima de los condicionantes y entonces podrá hablarse, sin que medien los estereotipos, de una sociedad verdaderamente libre.

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