Colgados de Alemania

Seguimos enredados en debates de hace treinta años. Menos mal que siempre nos quedará Alemania

El pasado domingo se celebraron elecciones generales en Alemania, poniendo fin al largo y fructífero periodo de Angela Merkel como canciller, una de las últimas personalidades políticas de verdadero peso en Europa. De Adenauer a Kohl, de Brandt a Schmidt, casi siempre hubo desde la Guerra Fría al frente de sus gobiernos gente seria y con sentido de estado.

Tiene el sistema electoral alemán ciertas semejanzas con el español. Los dos parten de un estado compuesto y descentralizado con un sistema electoral proporcional con variados partidos que se disputan el voto, siendo recurrente la victoria por estrecho margen de alguno de los dos grandes, obligado a coaligarse para gobernar. Es lo que ha pasado el domingo, donde la socialdemocracia ha ganado por apenas un puñado de votos a los conservadores pero, a diferencia de nosotros, nadie duda de que el anterior ministro de finanzas con Merkel, Olaf Scholz, logrará conformar un gobierno estable, presumiblemente con liberales y verdes antes que una poco probable reedición de la gran coalición que ha venido gobernando los últimos años. Aquí, con la mitad de diputados del Bundestag, no hace mucho tiempo dos partidos que sobrepasaban con holgura la mayoría absoluta de la cámara y hasta firmaron en su día un programa de gobierno fueron incapaces de alcanzar la solución más sensata.

Estas elecciones alemanas coinciden además en el tiempo con los movimientos geoestratégicos más relevantes de los últimos años, con Inglaterra fuera de la Unión y Estados Unidos cada vez más desconectado de la vieja Europa, puestas sus miras en una alianza de raíz anglófila que busca los apoyos vía sus conexiones históricas en el sudeste asiático, con el campo de batalla desplazado hacia el Pacífico y el gigante chino como principal enemigo apoyado por Rusia.

Y mientras, aquí en España la atención de cada día, aparte de la tragedia del volcán canario, pasa por el enésimo capítulo del grotesco proceso de extradición de Puigdemont, las proclamas antediluvianas de la ministra comunista de trabajo sobre la reforma laboral o la oración de una señora diputada en sede parlamentaria. Cuando nuestro estable mundo se derrumba y casi estamos a un cuarto de hora de no poder pagar las pensiones, nosotros seguimos enredados en debates que tendrían que estar resueltos hace treinta años. Menos mal que, al fondo, siempre nos quedará Alemania.

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