En los 2.500 caracteres de los que dispongo en esta columna voy a demostrar que su título desgraciadamente no es un oxímoron. Cuarenta años ha tardado la Casa Real en calificar, con rotundidad, el periodo político en el que Franco gobernó España, desde el terror para la mitad de los españoles, como "una dictadura". En su afirmación ha hecho las palabras que estaban en la mente de algunos diputados elegidos en las primeras elecciones democráticas y de la inmensa mayoría de la población. Ese mismo día algunos demócratas -los de Podemos, el PDeCAT, el PNV, Compromís, IU y PSOE- celebraron en paralelo y casi en la clandestinidad un homenaje a los héroes del antifranquismo. El pequeño acto de estos antifranquistas en Madrid sirvió de contraste con la foto de Felipe VI galardonando a Martín Villa.

En pleno siglo XXI, que el Congreso condecore a un franquista, imputado y con las manos manchadas de sangre, mientras se celebra un acto antifranquista casi a escondidas, da muestras de todas las tareas que aún no hemos hecho y que la transición no fue el periodo de concordia y entendimiento que muchos esgrimen como contrapunto a la situación actual. A menudo, para referirse al franquismo, se suele utilizar la expresión cuarenta años de dictadura, cuarenta años oscuros desde el golpe de estado de 1936 hasta el referéndum de reforma política de 1976. Pues bien, a partir del martes, ya podemos oponer a ese largo periodo, otros cuarenta de democracia.

Ahora que cumplimos cuarenta años ininterrumpidos de vida en libertad, es un momento óptimo para no olvidar que antes de esos 40 años de dictadura, nuestro país disfrutó de dos cortos periodos democráticos y republicanos. También es tiempo del reconocimiento de lo logrado en estas cuatro décadas. Las calles de Madrid vestidas con la bandera del Arco Iris, en las portadas de los diarios de todo el mundo, son buena muestra de los grandes logros de este país en su último proceso democrático. Pero la foto de Marín Villa condecorado, que algunos medios hablen de la Reina Roja por el color de su vestido, que exista una demanda de urnas no atendida, el entierro de Timoteo Mendieta 78 años después de su asesinato político, el homenaje casi clandestino a las víctimas del franquismo y de la transición, entre otros temas, nos demuestran que en España la democracia y la clandestinidad pueden convivir.

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