Ciberpolítica

Más que nunca, parece que los propagandistas o sus tontos inútiles nos toman a todos por menores de edad

Hasta donde uno, que no es precisamente un experto en la materia, sabe o puede recordar, fue con ocasión de la primera campaña del ya casi expresidente de los Estados Unidos cuando se empezó a hablar de la decisiva influencia de las redes sociales en el adoctrinamiento o la movilización del electorado. Como su rival republicano de entonces, que tampoco era lo que se dice un tecnófilo, muchos no teníamos ni idea de a qué se referían los diarios cuando hablaban de esa novísima baza que había resultado determinante e iba a condicionar los usos de la política venidera. Apenas han pasado ocho años, pero se trata de mucho tiempo si consideramos que la existencia de las dos redes más difundidas no rebasa la década.

Todos, incluidos los que permanecemos al margen o probamos pero huimos sin que hayamos vuelto a asomar la cabeza, sabemos cómo han proliferado desde entonces y de las infinitas posibilidades o también de los extravíos a que han dado lugar. El campo de maniobras, sin embargo, siendo inmenso, no abarca tanto como parece, pero el eco de las escaramuzas se ve amplificado por la propagación de algunas de ellas fuera de la telaraña que conforman los usuarios. La prensa en particular, que las considera noticiosas e incluso dedica secciones específicas al seguimiento de las cuentas de los personajes señalados -o de los más activos por esos pagos, habituados al temerario ejercicio de opinar en caliente-, desempeña un papel no menor para que sus hallazgos u ocurrencias circulen incluso entre los analfabetos digitales.

Por ceñirnos a la fea política y pese al entusiasmo con que se han entregado a la herramienta quienes se hacen lenguas de sus bondades, no parece que las redes hayan enriquecido el debate público, sino al contrario, una sensación ampliamente compartida que no desmiente su constante auge ni desmoraliza a los que sostienen en aquellas una hiperactividad rayana en lo patológico. Más que nunca, se diría que los propagandistas de los partidos o sus tontos inútiles nos toman a todos por menores de edad o que son ellos, enfebrecidos con sus juguetes, los que no han superado la preadolescencia. La imagen de los parlamentarios tecleando en sus escaños -podrían continuar mientras disertan, pues entre los oyentes abundan quienes hacen lo propio- resume lo que la ciberpolítica tiene de realidad virtual, en la que unos y otros interpretan papeles que sólo persiguen la notoriedad inmediata. Claro que al espectador no abducido -por no decir no idiotizado- siempre le queda la opción de abandonar la sala.

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