Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Chantaje

Marruecos es un problema que hay que conllevar; las crisis las marca Rabat en función de sus intereses

Las relaciones de Marruecos con España siempre han estado marcadas por el chantaje y la presión. Ambos factores se han utilizado con mayor o menor intensidad dependiendo de la debilidad que Rabat veía en Madrid: a mayor debilidad, más se apretaba. Esta política se aplica desde la independencia de Marruecos en 1956 y tuvo su primer desafío con la ocultada guerra de Ifni de 1957, que utilizó Mohamed V para asentarse en el trono. Pero el ejemplo paradigmático, que está grabado a fuego en la historia reciente de España, fue la Marcha Verde que Hassan II organizó en plena agonía de Franco, con un caótico e incompetente Carlos Arias al frente del Gobierno. La Marcha Verde fue un pulso que ganó Rabat con mucha facilidad y que desde entonces ha marcado, para mal, las relaciones entre los dos países. Ahora es Mohamed VI el que vuelve a utilizar las mismas tácticas de presión y chantaje con la invasión de Ceuta por varios miles de personas en una acción que, como decía el presidente de la ciudad autónoma, ha tenido mucho más de desafío político que de crisis migratoria.

Marruecos es para España un problema que, como dijo Ortega con respecto a Cataluña, hay que conllevar. Estamos condenados a tensiones periódicas cuya gravedad irá graduando el monarca alauí en función de sus propios intereses y de sus conflictos internos. Una vez el problema afectará a la pesca, otras a la inmigración y otras, incluso a nuestra seguridad frente al terrorismo yihadista. Y la excusa, todo lo peregrina que haga falta. En este caso, la asistencia sanitaria prestada a un dirigente del Polisario enfermo de Covid. Pero en realidad lo que está midiendo la camarilla que rodea a Mohamed VI es la debilidad del Gobierno de Sánchez, como hace casi medio siglo se midió la de la agonizante dictadura franquista.

El origen del problema es siempre el mismo. España tiene dos ciudades sobre las que Marruecos tiene apetencias territoriales y sobre las que mantiene una implícita amenaza de apropiación. Ahí hay un punto de tensión en el límite occidental del Mediterráneo, una zona caliente con multitud de factores de inestabilidad, desde el islamismo a las redes de tráfico de personas y drogas. Cualquier chispa puede dar lugar a un conflicto que se desboque, como la crisis del islote de Perejil en 2002, que obligó a emplearse a fondo a Estados Unidos.

España sabe que no le queda más remedio que aguantar los pulsos de Rabat intentando bajar la presión lo antes posible, pero con el convencimiento de que el chantaje volverá a repetirse más pronto que tarde.

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