Resulta impactante caminar por el centro de Córdoba durante los últimos días. Desplazarme a diario hasta la redacción de El Día de Córdoba me ofrece un paisaje nunca visto, en el que apenas te cruzas con nadie y, llegado el caso, la única duda es quién de los dos se retirará unos metros para mantenernos a una distancia razonable. Eso sí, todo se hace con el disimulo y educación que requieren las circunstancias y con una mirada fugaz y culpable que lo dice todo: tengo que alejarme lo más posible de ti.

Cumplimos una semana de confinamiento, siete días en los que los cordobeses nos estamos sintiendo cautivos y condenados a una pena voluntaria, pero necesaria. Se han cumplido los peores presagios y desde estas páginas hemos tenido que informar de tres personas fallecidas en la provincia, de más de un centenar de positivos y de numerosos pacientes ingresados, unas cifras que, por desgracia, irán en aumento en los próximos días, sobre todo en cuanto a casos localizados, porque las autoridades sanitarias han decidido aumentar el número de controles en los hospitales.

Creo que ya somos conscientes de dónde estamos y de dónde venimos, aunque falta ahora concretar hacia dónde vamos. Eso es lo que toca plantearnos ahora. Nos estamos mostrando como ciudadanos disciplinados, capaces de hacer caso a las obligaciones y recomendaciones que nos ordenan quienes nos dirigen, salvo algunas excepciones penosas. La clave está en aguantar, en vencer a esta pandemia no solo con las armas de la profesionalidad, la ciencia y nuestro sistema sanitario, sino con sentimientos: coraje, valentía, templanza, paciencia, civismo, solidaridad, comprensión, respeto, honestidad..., pero sobre todo unidad y confianza.

Tiempo tendremos -ojalá que más pronto que tarde- de analizar errores, reclamar responsabilidades, hacer balance de lo que pudo ser y no fue. Quedan atrás esos asuntos que hasta hace unos días estaban en la primera línea de la actualidad de nuestra provincia, desde las movilizaciones en el campos hasta el futuro del turismo, las obras, los proyectos atascados o la Córdoba olvidada por las instituciones. Habrá consecuencias, económicas y sociales, que serán muy dolorosas, pero que no nos deben hacer caer en el desánimo, porque esta tierra ha sabido siempre reponerse de los golpes, del aislamiento y de la dejadez. La Córdoba que encontraremos será otra, pero entre todos intentaremos que sea mejor.

A la espera de que llegue ese momento, deberíamos pensar en lo que como sociedad no hicimos bien del todo. Porque ahora que tanto añoramos ese contacto con los demás, con nuestros vecinos, amigos, compañeros y seres queridos, quizá es el momento de pensar que en los últimos tiempos hemos progresado demasiado hacia lo virtual, marcando distancias con los que teníamos al lado, a los que de verdad podíamos tocar, acariciar, mirar, sonreír... Es posible que después de esta crisis comencemos a quitarnos las cadenas de ese cautiverio. Es posible que comencemos a ser más libres. Y, ¿por qué no?, hasta puede que seamos más felices. En nuestras manos está.

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