Cuando uno se enfrenta a la burocracia de la Administración se siente perdido y abrumado, cuando requiere del servidor público para que le eche una mano en esa pelea con formularios, instancias pre-fabricadas o documentos-tipo, siente que se ahoga en un complejo laberinto de cruces y datos, que por insignificantes, por reiterativos, agotan. Desde las vueltas al boli, al dedito encallado por pestañas desplegables sin fin, la idea del desistimiento va irrumpiendo en nuestra solicitud, nuestra reclamación, en nuestro trámite. La era digital, la firma electrónica, los ciberespacios, han venido a ahorrar, no sabemos si papel, puestos, lápices o qué exactamente. Todo esto, queja generalizada, casi universal tiene una fase más y que aparece cuando logramos alcanzar el cara a cara, el sentarnos, el apretarnos la mano con el funcionario, el cargo o el político en cuestión, al que tras un tiempo -variable- desde que se cursa la solicitud de la reunión, hasta que uno espera a la puerta del despacho para ser recibido, por fin puede contarle su preocupación-proyecto.

Al emprendedor se le espera emprendimiento, a la Administración, por coherencia y coordinación lógica con aquella, se le debe esperar valentía y amplitud de miras. Necesitamos una Administración valiente, sensible, que apueste por iniciativas de sus administrados, que esté dispuesta a innovar para abordar los nuevos problemas que van surgiendo en una sociedad que evoluciona. Querer que hoy nos pongamos trajes antiguos y heredados, nos anclará eternamente en organigramas obsoletos y dejará sin atuendos a figuras no previstas antaño, pero existentes hoy en día. Muchos de los problemas y las realidades a las que nos enfrentamos ahora, no entran en parámetros configurados hace años. Si, es obvio, pero parece que crear casillas para que tengan cabida nuevas realidades, resulta un riesgo difícil de asumir.

Los eslóganes de cambios, las consignas oportunistas de acercarse a la sociedad tienen que trascender del discurso político y demostrar una sensibilidad acorde con las vivencias de la ciudadanía de hoy. Exigir que ese administrado de hoy, pueda poner la cruz en casillas que se imprimieron hace tanto, es no mirar, es no empaparse de verdades y ratificar lo lejos que puede estar la Administración de lo que pasa. Es permanecer ajena a cambios sociales y a la irrupción de nuevas realidades. Escuchar de verdad, empatizar con el ciudadano y pulsar la realidad de la gente, de entidades, de empresas y negocios debe conllevar, pese a lo incomodo, salirse del formulario, de plantillas que nos encasillan, y esa será la fórmula de hacer el camino para la sociedad de mañana. Nuevas realidades exigen una Administración valiente, con nuevas casillas valientes.

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