La esquina

José Aguilar

jaguilar@grupojoly.com

Casado rompe, pero ¿ganará?

Ardua tarea la del PP: atraer para sí a la mitad, al menos, de los electores de Vox, que suelen votar con las vísceras

Pablo Casado rompió a cachos la foto de Colón y ganó la moción de censura de la que se presumía seguro perdedor. Lo hizo con inteligencia en lo táctico y contundencia en lo político. Es el líder indiscutible del centroderecha español. Nunca más podrá la izquierda gobernante castigarle con aquella chanza deslegitimadora de "la extrema derecha y la derecha extrema". Santiago Abascal quedó noqueado y Pablo Iglesias tuvo que improvisar el discurso de réplica: su espantajo favorito ya no valía.

La resurrección de Casado como líder conservador, la reconquista de un proyecto político plenamente autónomo y homologable en Europa y la reducción de la ultraderecha a su auténtica dimensión (52 votos a favor de la moción, 298 en contra) son logros indiscutibles del presidente del PP. Alejarse de la polarización, la crispación, la brocha gorda y las trincheras es un imperativo nacional y es lo que corresponde a un país que sigue siendo desarrollado, una sociedad madura y una ciudadanía moderada. A pesar de todo lo que está pasando y lo que viene próximamente.

Ahora bien, no basta con romper con la ultraderecha populista, eurófoba y conspiranoica para desactivarla y alzarse con el santo y la limosna de una alternativa al poder de Sánchez-Iglesias. Detrás del envalentonamiento de Vox está el hecho objetivo de que, tras irrumpir estrepitosamente en Andalucía, ahora son el tercer grupo parlamentario en el Congreso de los Diputados. La tercera fuerza representativa de la soberanía popular. Más de tres millones y medio de españoles la respaldan, muchos de ellos antiguos votantes del Partido Popular.

La tarea del Casado que despertó esta semana en el Congreso es ardua: convencer al menos a la mitad de estos electores derechistas de que Santiago Abascal nunca será presidente del Gobierno y él, en cambio, sí puede serlo; agrandar la distancia entre un PP recrecido y un Vox recluido bajo un techo electoral significativo pero no decisivo, y convencer a este Vox recalcitrante y redimensionado -¡y también a Ciudadanos!- de que sólo sumando sus fuerzas pueden neutralizar la infinita capacidad de maniobra de Pedro Sánchez y desalojarlo del poder. Parece el cuento de la lechera, pero es el único camino que le queda a la derecha en España.

Ya el primer requisito se antoja difícil porque el electorado de Vox vota mayoritariamente con las vísceras y desde la emoción. Razonarles es complicado.

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