Casado, en el laberinto

A Casado se le nota incómodo en el rol de primera espada de la oposición en la época posiblemente más penosa

La endemoniada situación política de nuestros días, dominada en exceso por el tacticismo, la deslealtad y los regates en corto, no deja un respiro, y al que no se anda con cuidado se lo lleva por delante. Ni siquiera el tener buena imagen y cierta empatía es requisito suficiente. Que se lo pregunten a Albert Rivera, que cambió en días su entusiasta oratoria kennediana en el congreso por la contienda más prosaica en los tribunales. Pablo Casado, con o sin barba, no ha abandonado el arquetipo de niño bien de Madrid, jovial, educado, de cenita y copa larga en Pachá, alumno del Pilar en invierno y ligón de verano en Vistahermosa, de los que te hablan de economía como si fueran de la London Economics, de música como un guitarrista frustrado de Los Secretos o de fútbol como el que no falta a un partido (en el Bernabéu, por supuesto…).

A Casado se le nota incómodo en el rol de primera espada de la oposición en la época posiblemente más penosa, en todos los sentidos, de la vida política española. Puesto en el foco con toda la mala idea por el presidente para estrellarlo (tiene todos los defectos del mundo, pero hay que reconocerle a Sánchez su habilidad para enredar y encharcar el terreno), una plebe cada vez más radicalizada parece chillarle desde la grada, ¡alarma no!, ¡alarma no!, mientras el hombre se encoge de hombros y mira hacia arriba, como diciendo, ¿y qué queréis que haga? Porque, para qué engañarnos, el no de Casado es precisamente lo que más le interesa a Sánchez, deseando como está soltarle el muerto (o los muertos, muchos, demasiados) al primero que pase por delante.

Creo que yerra Casado si hoy con su voto en contra desactiva el estado de alarma, por muchas y fundadas ganas que pueda tener para hacerlo. Nos guste más o menos, la gestión centralizada de la crisis sanitaria, por muchos errores que se hayan cometido, es la más eficaz y segura para todos los intereses en juego, y a estas alturas del partido no tiene mucho sentido embridarla desde el Congreso. Si es ilegal, como sostienen algunos, lo es desde el primer momento; si se presta al abuso, articúlense los medios para combatirlo. El Partido Popular, con su líder al frente, debe manifestarse como alternativa seria y fiable para ese futuro cada vez más cercano. Porque la crisis sanitaria pasará, pero la económica viene para quedarse, y contra ésta no hay estado de alarma que valga.

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