Ya saben, la primavera, la sangre altera. Más allá de eso, no cabe duda -a excepción del cambio climático- que es la estación de las flores, los olores. Los árboles están verdes, aparecen nuevos colores y todo eso que nuestros niños y niñas nos han traído en las fichas del segundo trimestre de la guarde. Todo eso, que pudiera parecer idílico, tiene contrapartida, como no podía ser de otra forma. Pregunten a los alérgicos, fíjense en los estornudos, propios y ajenos, en esas toses bajo el paseo a la sombra de nuestros infinitos plataneros, en los resfriados por las oscilaciones de la temperatura y en la peor de las apariciones, los capullos. No recuerdo las primaveras de otros años, pero ésta, ha sido empezar a inhalar azahar y toparme con cada capullo, que me ha hecho tomar conciencia de lo primaveral del momento. Tanto que, pese a lo grato de las nuevas tardes, a lo encantador de las nuevas sobremesas al sol, por un momento, me he sentido hastiada de la estación.

Los gusanos de seda se encierran en el capullo antes de pasar al estado de ninfa, en el capullo llevan a cabo las larvas su metamorfosis. Y por supuesto, son capullos, las flores que aún no han acabado de abrir sus pétalos. Más allá de las acepciones que nos ofrece el diccionario, yo les presto otras. Mis capullos son esos que nos atascan, que hacen de lo que no lo es, un problema; los que, sin ser necesario, ni haber causa que lo justifique son tremendamente desagradables y mal educados. Los que no saludan y los que jamás agradecen. Ya saben, a esos a los que les cuesta tanto tanto ser agradables. En esto, el diccionario resulta esperanzador, parece que lo de capullo es algo transitorio, un estado antes del cambio definitivo. Que no hay capullo eterno, interpreto.

Soy positiva por naturaleza pero reconozco que, cuando visualizo las caras, los gestos, las actitudes de mis capullos, me cuesta imaginármelos rompiendo en flor, floreciendo. Me intento agarrar a lo de la metamorfosis e imaginarme tipos muy salaos para la primera quincena de verano. El calendario escolar les pone por delante un nuevo trimestre para salir de ese estadio conductual; que se lo miren, se lo propongan o, al menos, que se lo planteen. Que ser agradable, no fastidiar, no dejar al de al lado o al de enfrente con tan mal sabor de boca, sería evolucionar. Que ahorrarnos sus impertinencias pudiera no estar tan mal. Que nunca es tarde para descapullar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios