En tránsito

eduardo / jordá

Cabezonería

EL otro día compré un billete de avión por internet. Cuando reservé el billete, el precio era de unos cien euros. No era barato, pero bueno, tuve que cogerlo. Al final, cuando se me confirmó la reserva, había pagado más de ciento cincuenta euros. Y eso que ni reservé asiento ni suscribí seguros de viaje ni tuve que pagar un suplemento por llevar equipaje. ¿Qué había pasado? Un misterio. Pero cualquier usuario de las reservas por internet sabrá de lo que estoy hablando. Y sí, ya sé que no se trata de una estafa, pero esa práctica se parece bastante a un engaño que te deja con la dolorosa sensación de que te han tomado el pelo.

Cuento esto porque cualquier elector, haya votado a quien haya votado, se siente en estos días de incertidumbre igual de dolido y de estafado con nuestra clase política. Si alguna vez, en momentos de esperanza, pensamos que las cosas podrían mejorar y por fin se iba a producir una regeneración profunda de nuestra vida política, estos días la están desmintiendo por completo. Los vicios de siempre, los mismos que ocasionaron el descrédito de nuestro sistema político, aquejan a todos nuestros políticos por igual, ya sean jóvenes o viejos, tradicionales o emergentes, bipartidistas o rompedores. Y miremos hacia donde miremos, nos encontramos con el mismo ego desmedido, la misma vanidad pueril, el autoritarismo irreprimible, el endiosamiento, el histrionismo y la incapacidad de escuchar o de aceptar al otro, diga lo que diga o proponga lo que proponga. Toda esa retórica absurda de los vetos y las líneas rojas parece más propia de un grupito de colegiales que juegan con las piezas de un Lego, en vez de personas que van a tomar decisiones trascendentales sobre el destino económico, laboral y fiscal de millones de ciudadanos. ¿Es imposible que dejen de pensar un segundo en sí mismos? ¿No se dan cuenta de la situación en la que vivimos?

Está visto que no. Votamos con la vaga esperanza de que las cosas cambiaran a mejor, pero ahora nos hemos dado cuenta de que nada de lo que soñamos parece posible. Y cuando creíamos que la cosa nos iba a salir más o menos por unos cien euros -el precio razonable que habíamos calculado para una mejora de la vida política-, al final tendremos que pagar como mínimo 150. O mucho más, si las cosas se tuercen y se impone la cabezonería pueril de unos y de otros. Qué gran negocio.

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