El Club de los Imposibles ya no esperará una noche más en primera línea de combate de la valla del Teatro de la Axerquía a que se haga carne un lujo auténtico, un concierto de esos "que los seguidores tardan en olvidar", como rezaba aquel eslogan acuñado por la periodista de el Día Lourdes Chaparro que ese cóctel humano-musical de Jim Morrison, David Bowie y José Alfredo Jiménez paseó en los carteles de la gira americana de su Hellville de Luxe. Tras su última visita a Córdoba, acaecida hace seis años, este cóctel humano-musical que desde siempre muta su repertorio no volverá a recordar a fieles y no tanto que a la mayoría nos afecta de una u otra forma esa Iberia sumergida en despropósitos económicos teñidos de lodos de corrupción, y que aunque a veces cueste levantarse cada día, más alto que nosotros sólo el cielo. Bunbury ha decidido que, de momento, ya no pisa los escenarios sine díe por problemas médicos y eso parece obra de un maldito duende que deja a sus seguidores entre dos tierras. Este coctel humano-musical al que Loquillo llegó a llamar "una de las últimas rock stars" no volverá a embriagar en Córdoba de vida los caminos de los excesos a los que la desazón ha abocado a algunos o a muchos en estos tiempos difíciles, aunque a veces la vida sea una puta desagradecida. Y no invitará cual héroe de leyenda a que al respetable lo remate regando una avalancha de esperanza sin que acabe faltando ese deseo de que tengas suertecita.

Este cóctel humano-musical ya no hará que nadie se sienta un extranjero en la Axerquía, cuando más bien nos hemos sentido en el infinito en sus conciertos, aunque la mayoría con el paso del tiempo siga, cual sirena varada, igual, tal cual, quizás desmejorado, y un hombre delgado que no flaqueará jamás acabe invitándose a una cerveza de esas cuyo precio no está pensado para el bolsillo de muchos de los que integran El Club de los Imposibles. Una cerveza que siempre acababa hablándote en plan chispa adecuada al oído, mientras Alicia era expulsada del País de las Maravillas, para susurrarte un despierta y tira palante, deja atrás a ese maldito duende que no te deja ser a veces un héroe de leyenda y enamora a Lady Blue, porque las cosas cambian. Que nadie tenga dudas de que esas camaleónicas melodías en concierto acababan adentrándote mar adentro en tus sentimientos para invitarte a vivir libre arrancando los dos clavos de tus alas en un alarde de evitar tu destrucción masiva. Y al final, esas melodías en directo siempre hacían que nadie se sintiera pequeño, que no hiciera falta polen para sentirse bien y que nada mejor que estar enganchado a ti -a la vida- para ser feliz. Para el recuerdo quedan las veces que le hemos visto por Córdoba. Para el mío, aquel concierto de unos primerizos Héroes del Silencio en Villanueva de Córdoba, aquel recital en Pozoblanco -con mi hija de invitada en la barriga de su madre- y el último de Córdoba.

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