Aunque se había producido hace ya años gracias a la política antiterrorista y, sobre todo, a la actuación heroica de Policía y Guardia Civil, que la miserable banda de asesinos haya extendido oficialmente su acta de disolución es una buena noticia; que lo haga perdonando la vida, sin examen de conciencia alguno, distinguiendo entre víctimas buenas y malas y, como con su lucidez habitual destacaba ayer alguien como Fernando Savater -que ha sufrido en sus carnes a los bárbaros- sin una sola referencia a la democracia española es al tiempo que moralmente cochambroso y repugnante, una grandísima noticia: nadie puede llamarse a engaño. Sólo bajo los efectos de un acusado síndrome de Estocolmo, animado por el odio a esa democracia española masacrada durante tantos y tantos años -y por la evidente y no disimulada voluntad de destruirla- o desde la ingenuidad- se puede considerar el comunicado etarra como algo distinto al autorretrato de una banda delincuentes que sólo merecen el desprecio de todos.

Quizá peor que el comunicado etarra ha sido el acto de propaganda del mismo. Si de la ETA no hay que esperar absolutamente nada, y de los vividores autotitulados mediadores internacionales dedicados a hacer caja con el asunto poco más que nada, del PNV y Podemos, aunque poco -muy poco-, sí cabe esperar algo que no sea la mera legitimación de un mensaje abyecto y de insulto a las víctimas, las verdaderas protagonistas de esta historia. Por desgracia, una vez más, no han estado a la altura ni de ese poco que se puede esperar de ellos.

Si ha habido motivos para criticar al Gobierno esta semana, y los ha habido, (las declaraciones de Catalá, aunque han evidenciado alguna patología nacional como el mejorable funcionamiento de un politizado Consejo General del Poder Judicial -en el que se dice, por ejemplo, que alguno de sus miembros no pertenecientes a la carrera judicial pasa buena parte de su tiempo elaborando informes en favor de tesis de quienes han sido sus clientes particulares- son poco defendibles), su reacción al comunicado etarra ha sido ejemplar: ni olvido ni impunidad, gratitud a las víctimas, reconocimiento a las fuerzas de seguridad y a los políticos de todo signo que han trabajado para derrotarla: confiemos y exijamos que esa actitud se mantenga siempre.

La polémica parece centrarse ahora en si se producirá o no el acercamiento masivo de los presos al País Vasco, pero lo preocupante de veras es la necesaria reparación a las víctimas, el odio a lo español inoculado en gran parte de la juventud vasca, el creciente poderío electoral batasuno y la euskaldunización de Navarra y las tentaciones anexionistas vascas a través de un referéndum que, no lo olvidemos, está previsto en la Constitución. Contra todo eso toca luchar ahora.

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