Las consecuencias del Brexit están pasando la cuenta. Aquella estupidez empieza a notarse de una crudísima manera y, lo que es peor, las expectativas de no alcanzar un acuerdo nos sitúan a todos en una escenario aún más negativo. Repasemos algunos números y vomitemos con algunos actores.

Para empezar, Gran Bretaña carece en estos momentos de un gobierno sólido. A pesar de tener una mayoría suficiente, el gobierno tory parece noqueado por la realidad. Es bastante probable que influya la apabullante falta de carisma y de oportunidad que muestra la Primera Ministra May, incapaz de liderar el debate con un mensaje claro. Esta semana no ha querido contestar qué votaría en una hipotética segunda consulta mientras que Corbyn abandonó su histórica ambigüedad en este tema para afirmar que votaría por la permanencia. Ambos lo hicieron en su momento, pero ninguno presumió de su voto, temerosos de identificarse en exceso con el europeísmo en el Reino Unido. Sólo los liberales, castigados por un sistema electoral mayoritario, fueron y son claros: su sí fue y es rotundo. La derecha nacionalista hilarante del UKIP, cuya popularidad ha sido sufragada irónicamente por el Parlamento Europeo que pagaba a su líder de ida y vuelta Farage, estaba y está en el no, secuestrando con el british only a gran parte de los conservadores demócratas, Foreign Office incluido. Panorama desolador.

Números para asustarse. La separación empuja a una pérdida cercana al 20% del PIB británico durante la próxima década, si no hay acuerdo. Eso son 450.000 millones de euros. Los trabajadores del Reino Unido perderán unos 15.000 euros anuales de renta. Tres millones de ciudadanos europeos que viven en allí perderán sus derechos y los expatriados británicos en la Unión igual. Volverán las fronteras con la Unión: unas visibles, Irlanda del Norte y Eire, Gibraltar y España, Calais y Dover; otras invisibles, pero tremendamente incómodas, el espacio aéreo británico y el del resto de Europa diferentes, a ver cómo volamos. Un no deal fantástico, casi sin coste.

En la Unión hemos vivido varios fiascos, sobre todo quienes apoyamos una plena integración que germine una unión política federal. La UE es tan necesaria que percibiríamos sus ventajas sólo cuando nos fuéramos por el cataclismo que provoca su abandono, pero es probablemente el cuerpo político que peor comunica su bondad. Está asustada de sí misma, negociando permanentemente su poder, limitando su ejercicio hasta una presencia escuálida, alimentando a sus adversarios, aparentemente prescindible. Y no lo es. Antes de 2019, esto puede evitarse: o acuerdo con Gran Bretaña o nuevo referéndum. Y, luego, pase lo que pase, liderazgo europeo común, firme y audaz. Menos Europa nos trajo aquí, conviene probar con más.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios